Con once años, bajo la sombra de un algarrobo de Santa Cruz de Marchena, el niño Angel Cazorla devoraba páginas de Julio Verne y de Dumas, una rareza en una aldea rural donde apenas llegaban libros en esos primeros años de la década de los cuarenta. Angel, de familia humilde de labradores, ya escribía entonces los dictados sin una sola falta de ortografía. Un señor mayor del pueblo, sabiendo de su pasión por la lectura le prestaba novelas clásicas y él no las leía, las devoraba con pasión. Para la época que emigró a Barcelona con su familia, en 1945, con solo quince años, ya había leído todos los volúmenes que había en su pueblo por dos y tres veces.
Acaba de fallecer, con 93 años, Angel Cazorla, escritor de cerca de un centenar de novelillas del Oeste y de aventuras bajo el pseudónimo de Kent Wilson (ningún otro almeriense ha escrito tan abundantemente como él con permiso de Colombine), un Marcial Lafuente Estefanía del Andarax, una Corín Tellado de héroes y forajidos, con una obra cumbre, El Pan y la Tierra, bien situada en el olimpo de las letras españolas de Postguerra. Angel Cazorla dedicó la mayor parte de su actividad como escritor a la literatura popular: novelillas de vaqueros, policiacas, bélicas, románticas y de ciencia ficción. Angel, antes de convertirse en Wilson, fue un niño de la Guerra, emigrante forzoso hasta que se le secaban los ojos. Su pasión por la literatura era tanta que un amigo le sugirió que intentará hacer un capítulo de una de esas historias del Oeste que se publicaban por entregas y que se pagaban a duro. Así fue como alquiló una máquina de escribir Remington y se puso a redactar como un poseso, descubriendo el don que tenía para hacerlo con rapidez. Así fue como fue ungiendo toda su obra de escritor proletario para gente proletaria que leía esas novelillas de consumo rápido del almeriense en los metros y tranvías de Barcelona, mientras hacían la compra o volvían de la fábrica, tras haberlas adquirido o cambiarlas como cromos en los kioscos donde flotaban colgadas de un cordel.
Durante un tiempo alternó la escritura con labores de agente comercial, intérprete y traductor viajando por varios países, diplomándose en varias idiomas. En la llana Bélgica escribió Angel su obra más celebrada, esta sin pseudónimo, a pelo, titulada El Pan y la Tierra, ambientada en su querida Santa Cruz. Radio Tarrasa la llevó a antena en forma de una radionovela de 49 capítulos grabada por un grupo de actores, entre los que se encontraba el propio autor, haciendo de personaje de escuela, en un ambiente opresivo en medio de la sociedad rural ambientada en un pueblo parralero.
En una tierra de pintores, pocos son los almerienses que han podido vivir, de verdad, de la literatura (buena o mala). Angel Cazorla -Kent Wilson- consiguió hacerlo durante bastantes años escribiendo como Balzac, con un quinqué, de sol a sol. Angel se bamboleó sobre el trapecio de varios oficios. Practicó el boxeo, el teatro y la albañilería.
Fue siempre Cazorla un desconocido en su tierra natal almeriense, hasta que Alejandro Buendía, el artífice de ese oasis que son los Museos de Terque, lo rescató del anonimato y con la realización de un documental firmado por José Carlos Castaño, lo devolvió a la vida en la provincia. Después Buendía organizó una muestra de la novela del Oeste en la biblioteca Villaespesa con protagonismo del cañotero (gentilicio popular de Santa Cruz). Una de sus obras postreras fue 'Sangre en el Zapillo' realizada por encargo de Arráez Editores y La Voz de Almería para su colección de novelas de verano. También destacan sus títulos Crónica de una herencia y la novela corta Por un puñado de euros, así como varias obras de poesía: Sonetos al hombre, el Tiempo y la memoria y Poemas en tres tiempos. Durante un tiempo volvió a su pueblo, a llenarse de sol, sin pretensiones, humilde como un caracol, este jornalero de la escritura de masas, este fénix de los ingenios almeriense en versión low cost. Hasta que regresó de nuevo a su tierra adoptiva donde, en los días de la pandemia, hacía publicaciones en las redes sociales, con su fogosa voz que surgía desde el salón de su casa, describiéndose así mismo: "Ahora soy un viejo cascarrabias con bata y gorro de lana que escribe sonetos", mientras reía sin parar de su propia ocurrencia.
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