Hay una popular canción de sevillanas que dice que algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Y no puede ser más acertada dicha frase. Así se sienten desde este pasado lunes decenas de vecinos del municipio almeriense de Terque, en la Alpujarra almeriense, que dieron su último adiós en la Plaza de la Constitución a uno de sus 'vecinos' más longevos, que con más de 200 años de edad era insignia de este pequeño y precioso pueblo ubicado en el valle en el que confluyen los ríos Andarax y Nacimiento.
Los terqueños, con un sentimiento de profunda tristeza, presenciaron como las sierras mecánicas y una grúa escenificaban el final de su olmo centenario, el que estuvo ubicado en el corazón del núcleo urbano desde hace más de dos siglos y cuya vida empezó a apagarse hace cuestión de un año y medio. Enfermó, comenzó a secarse y a quedarse hueco por dentro y nada se puedo hacer por evitar su muerte ni su posterior desaparición, ya que su estado suponía un peligro para los viandantes y vehículos.
"Es una semana muy triste para Terque. Intentamos salvarlo por todos los medios, vinieron técnicos de Madrid, pero no ha sido posible", comenta afligido Daniel Herrada, alcalde de un municipio en el que el histórico árbol era parte de su patrimonio más querido. Y es que siempre fue un punto de referencia, de encuentro, el lugar en el que las pandillas de amigos solían quedar tras decirse durante décadas la misma frase una y otra vez: "En el árbol de la plaza nos vemos".
Su edad exacta seguía siendo toda una incógnita. Tenía más de 200 años, eso es lo único seguro. Llegó a concretarse incluso que estaba en Terque desde 1781, pero por el momento no se han encontrado documentos en los archivos municipales en el que se refleje, de una forma oficial, el tiempo exacto que el queridísimo árbol llevaba en el centro neurálgico del pueblo, en una plaza que ahora se queda huérfana, sin su cotizada sombra, sin el envolvente sonido de sus hojas meciéndose en la agradable brisa alpujarreña.
El gran olmo fue testigo de la época dorada de Terque, del imperio de la uva, pero también del paso de un tiempo que fue apagando dicho esplendor económico. Junto a su enorme tronco se sentaron soñadores niños y los ancianos encontraron el mejor lugar para hacer que el tiempo transcurriese mucho más lento. Bajo sus ramas se dieron millones de besos de amor, pero también los hubo de despedidas, las de aquellos jóvenes que se iban a la mili o a las grandes ciudades a buscarse la vida. Este árbol aguantó estoicamente el éxodo, firme en una plaza cada vez más vacía de transeúntes, en la que los balonazos y las risas de los niños eran solamente el eco de tiempos pasados.
De este árbol que fue y será siempre todo un símbolo para su pueblo solamente se han podido rescatar algunas partes del tronco, con las que el consistorio pretende hacer un merecido homenaje a un olmo que durante siglos ha formado parte de la vida de Terque y sus habitantes, ganándose un lugar privilegiado, como el que tuvo físicamente, en el recuerdo y en los corazones de todos y cada uno de los vecinos.
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