Manuel Leon
01:00 • 23 abr. 2012
Iban tomando mate y sin cinturón de seguridad en el auto, su viejo y su vieja, en el mejor coche de Comodoro, un Peugeot 504, serie 2000, color verde manzana. Salieron de madrugada, con el contable de la empresa, rumbo a Neuquén, a ver la primera concesión de Gas del Estado que le acaban de adjudicar.
Al padre se le cayó algo, se agachó y al incorporarse ya tenía un camión de frente encima. Pegó un volantazo y el auto empezó a hacer trompos. El papá y la mamá de Cristóbal salieron despedidos y el vehículo los aplastó. “A quien le tocaba hacer ese viaje era a mí”, confesaba Cristóbal López, el hijo de emigrantes almerienses años después, lleno de culpa, al periodista argentino Luis Majul. Pero su madre se empeñó: “¿acaso soy la esclava de la casa, no tengo derecho a pasear un poco con padre?”.
Era 1976 y el joven Cristóbal quedaba huérfano con 19 años, con una hermana, María José, y un millón de dólares en bienes que les legaban sus progenitores.
Su historia arranca cuando en 1949 embarca su padre, Cristóbal Manuel López, en el Puerto de Almería rumbo a La Argentina, huyendo de la escasez, del esparto, de las legañas, soñando con el trigo candeal que enviaba Evita a los españoles de postguerra y que veía en las imágenes del Nodo en el Hesperia. Enseguida empezó López a ‘laburar’: tenía que juntar plata para mandarle el pasaje a su mujer que se había quedado en Almería. A los pocos meses se instalaron en San Rafael, Mendoza y en 1952 ya tenía el emigrante almeriense un almacén de forrajería y criadero de ganado que se convirtió en el más próspero de La Patagonia. Después, empezó a transportar combustible del Gobierno con sus camiones. Cristóbal hijo se empleoó en trabajar como repartidor de pollos del criadero de su padre en 1971. Tenía entonces 15 años y un domingo que su padre jugaba a las cartas con el gerente del Banco Nación, le pidió un crédito para comprar una camioneta; él banquero le contestó: “si te lo firma tu padre, lo tienes asegurado”. Su padre le asignó el mejor recorrido y empezó a ganar un buen dinero. Pero con 17 años, el viejo le exigió que dejara el reparto en carretera para aprender a administrar la empresa. Los negocios de los gallegos almerienses crecían deprisa. López hijo preguntó a su padre si era un ascenso y éste le contestó que sí; “Cuanto me vas a pagar” le preguntó y le respondió: “el mínimo establecido”. Cristóbalito comparó sueldo y se le vino el mundo encima en su entendimiento juvenil; iba a salir perdiendo y hasta pensó en amotinarse y abandonar el hogar paterno con sus ahorros. Al poco se produjo el accidente y entonces comprendió las razones de su padre. Después del triste suceso, estuvo un año sin hablar con nadie, hasta que empezó a salir adelante de nuevo. En 1980 creó Clear, recolectora de basuras de su ciudad, después una constructora y obtuvo la concesión de los camines Scania y Toyota. En 1991 ganó la primera concesión del casino de Comodoro y fundó la empresa Casino Club. Estaba empezando a poner los remaches de su imperio, que, en homenaje a la tierra de sus padres, lleva por nombre Grupo Indalo, una de las mayores corporaciones empresariales americanas con más de 20.000 empleados y 5.000 millones de dólares de facturación (diez veces más que Cosentino).
Una de sus más rutilantes operaciones la realizó precisamente con Almería Austral -otra guiño a sus orígenes- una compañía de servicios petrolíferos y perforaciones en Río Gallegos, que vendió a un competidor quien pagó cinco veces su valor por sacar al almeriense del mercado. Pero, como una hormiguita, siguió dando rienda suelta a su ingenio para los negocios. En 1998 conoció a Nestor Kirchner, patagónico también y gobernador entonces de Santa Cruz. Le echó una mano en una adjudicación para perforar unos pozos de petróleo y Cristóbal, agradecido nunca lo olvidó. Cuatro años más tarde, ese gobernador, con el que había intimado junto a su mujer Cristina, se convirtió en el presidente del país. A partir de ahí empezó a crecer su aureola como el ‘empresario K’, el testaferro de los Kirchner, un extre
Su historia arranca cuando en 1949 embarca su padre, Cristóbal Manuel López, en el Puerto de Almería rumbo a La Argentina, huyendo de la escasez, del esparto, de las legañas, soñando con el trigo candeal que enviaba Evita a los españoles de postguerra y que veía en las imágenes del Nodo en el Hesperia. Enseguida empezó López a ‘laburar’: tenía que juntar plata para mandarle el pasaje a su mujer que se había quedado en Almería. A los pocos meses se instalaron en San Rafael, Mendoza y en 1952 ya tenía el emigrante almeriense un almacén de forrajería y criadero de ganado que se convirtió en el más próspero de La Patagonia. Después, empezó a transportar combustible del Gobierno con sus camiones. Cristóbal hijo se empleoó en trabajar como repartidor de pollos del criadero de su padre en 1971. Tenía entonces 15 años y un domingo que su padre jugaba a las cartas con el gerente del Banco Nación, le pidió un crédito para comprar una camioneta; él banquero le contestó: “si te lo firma tu padre, lo tienes asegurado”. Su padre le asignó el mejor recorrido y empezó a ganar un buen dinero. Pero con 17 años, el viejo le exigió que dejara el reparto en carretera para aprender a administrar la empresa. Los negocios de los gallegos almerienses crecían deprisa. López hijo preguntó a su padre si era un ascenso y éste le contestó que sí; “Cuanto me vas a pagar” le preguntó y le respondió: “el mínimo establecido”. Cristóbalito comparó sueldo y se le vino el mundo encima en su entendimiento juvenil; iba a salir perdiendo y hasta pensó en amotinarse y abandonar el hogar paterno con sus ahorros. Al poco se produjo el accidente y entonces comprendió las razones de su padre. Después del triste suceso, estuvo un año sin hablar con nadie, hasta que empezó a salir adelante de nuevo. En 1980 creó Clear, recolectora de basuras de su ciudad, después una constructora y obtuvo la concesión de los camines Scania y Toyota. En 1991 ganó la primera concesión del casino de Comodoro y fundó la empresa Casino Club. Estaba empezando a poner los remaches de su imperio, que, en homenaje a la tierra de sus padres, lleva por nombre Grupo Indalo, una de las mayores corporaciones empresariales americanas con más de 20.000 empleados y 5.000 millones de dólares de facturación (diez veces más que Cosentino).
Una de sus más rutilantes operaciones la realizó precisamente con Almería Austral -otra guiño a sus orígenes- una compañía de servicios petrolíferos y perforaciones en Río Gallegos, que vendió a un competidor quien pagó cinco veces su valor por sacar al almeriense del mercado. Pero, como una hormiguita, siguió dando rienda suelta a su ingenio para los negocios. En 1998 conoció a Nestor Kirchner, patagónico también y gobernador entonces de Santa Cruz. Le echó una mano en una adjudicación para perforar unos pozos de petróleo y Cristóbal, agradecido nunca lo olvidó. Cuatro años más tarde, ese gobernador, con el que había intimado junto a su mujer Cristina, se convirtió en el presidente del país. A partir de ahí empezó a crecer su aureola como el ‘empresario K’, el testaferro de los Kirchner, un extre
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