No hay ninguna despedida perfecta; los que lo queríamos sabíamos que estaba próximo su final y que había que estar a la altura llegado ese momento. Ha muerto Pedro Pastor, Pedro el Grande, y, una vez más no estaré a su altura (era muy difícil estarlo) porque Pedro superaba en casi todo a casi todo el mundo: en afectos, en generosidad, en bondad. Y tenía la suerte de que la gente cercana se lo decía a la cara. Pedro era así, desde que lo parió su madre Adoración, una de las ricas hijas del molinero de Laroya; Pedro era así: gozaba dándolo todo. Si te regalaba un décimo de lotería, uno recibía el obsequio con alegría, pero él disfrutaba más. "Te lo regalo por egoísmo, porque disfruto haciéndolo", decía. Se ha ido Pedro Pastor, en su Macael del alma, como él quería, y uno no podrá ir a despedirlo a Los Filabres porque le pilla de viaje. Una vez más por debajo de lo que él se merecía: él hubiera ido a mi funeral, aunque estuviese de vacaciones en Filipinas. Por eso era único y seguirá siendo en la memoria de los que lo quisimos.
Tuvo muchas facetas: la de presidente de su Macael de alma, su equipo de fútbol en el que se gastó los cuartos como presidente, y antes como futbolista y entrenador, una especie de Samitier y Bernabéu, en aquel viejo campo de Las Nieves que se trasladó y que ahora lleva su nombre: Estadio Pedro Pastor. El fútbol fue su vida. Primer como delantero centro en el equipo de La Salle, cuando jugaba con un pañuelo en la frente como Quincoces, después en el Español de Barcelona, donde había ido a estudiar ingeniería, aunque lo suyo era el balón más que el álgebra. LLegó a jugar algunos partidos con el segundo equipo, pero le tiraba más su tierra y volvió y llegó a jugar en el Constancia y en el Motoaznar. Hasta que su padre Antonio lo reclamó para trabajar en la empresa familiar de mármol.
Le gustaba tanto el fútbol que llegaba a mandar las crónicas de los partidos de su equipo que firmaba con el nombre de Luis Jabalina. Pedro fue concejal de su pueblo, empresario de mármol, delegado sindical nombrado por Gias Jové y uno de los fundadores de la primera Asociación de Empresarios del Mármol. El paisaje en la sierra y en las fábricas empezaba a cambiar: los bueyes habían dejado paso a los camiones Lancia y a los Rusos y estos a los Pegaso y Barreiros y después a los Volvo y Man. Las palas cargadoras también se habían ido modernizando de las primitivas Michigan a las Carterpillar y Komatsu.
Cuando se jubiló se fue a vivir a una casa en la calle Gerona, donde recibía a sus visitas con una botella de vino tinto y un saco de papeles para el recuerdo. Y cuando apretaba el calor, con su Maruja del alma, se trasladaba a Águilas, donde disfrutaba de la playa, de las tertulias, del dominó y solo echaba de menos La Voz de Almería, para leer las noticias de su tierra. "¿Nene, no hay forma de que podáis traer el periódico a Águilas?". Todos los veranos preguntaba lo mismo.
Lo recordarán también en el Círculo Mercantil, los compañeros de su peña gastronómica con los que recorría la provincia buscando buenos mesones y tabernas donde compartir paisaje y paisanaje; y lo recordarán también todo ese universo de amigos que él supo conservar y mimar hasta la extenuación. Llevabas un tiempo alejado del fragor, alejado del mundo, de la sociedad, por imperativo de tus 98 años, pero la gente te recuerda y te recordará, al menos los que te quisimos, porque no eras Pedro a secas, no, eras Pedro el Grande. Tu Virgen del Rosario te habrá bendecido como te merecías, como siempre te merecerás, porque eras bueno. Descansa en paz, amigo.
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