Se le notaba pletórico a Juanma, jugando en casa, bajo una carpa protectora de sol y vientos, jaleado por el alcalde de Olula, el alcalde más jaleador -con gracia buena- de la provincia; se le veía campante, asaetado por moscas septembrinas, al presidente, con su eterna corbata verde andalusí, con su sonrisa de buen yerno, en una tierra difícil, compleja, que nunca ha tenido agua, ni carreteras, que nunca ha tenido casi nada; le rodeaban, le querían, le masajeaban, en las antípodas de San Telmo: un valle áspero al que años atrás le quitaron un tren por la cara y que ahora le regalan una Autovía por derecho, un regalo otoñal, de veranillo de San Miguel, para el que los almanzoríes, han tenido que esperar más de tres décadas.
No solo estaba feliz Juanma, estaba ancho también el alcalde de Huércal-Overa, Domingo Fernández, anfitrión por 30 metros, al lado de otro Domingo, el regidor de Zurgena, un pueblo que ve como su apéndice de La Alfoquía -donde antaño tantos penachos de humo de locomotora oscurecían el cielo- se ha hecho más grande que la metrópoli, un alcalde tierno, hijo de alcalde, que nació después de los primeros proyectos de esa Autovía ayer estrenada.
Se echó en falta al veterano senador romano Blas Díaz Bonillo, una marca registrada del Almanzora, así como a otros ediles de la comarca que no son del color de Moreno. Pero de los suyos sí estaban todos, quizá como arrope en estos momentos en los que se está jugando el color del Gobierno de la Nación. Estaba el Todo PP provincial, desde el primero de ellos, Javier Aureliano García, al lado de Juanma, a senadores, diputados, alcaldes, concejales y demás militantes y forofos varios; estaban los técnicos y los representantes de las empresas de esta obra tan crucial para cerca de 100.000 habitantes, tan necesaria, por ejemplo, para que aumente la productividad y se acorten los tiempos de viaje de cientos de trabajadores de Vera o de Cuevas o de Zurgena o de Albox que acuden a diario a la fábrica de Cosentino en Cantoria o otras factoría del mármol de Los Filabres. Por eso estaba allí el presidente de los empresarios, Jesús Posadas, y la directora, Teresa Tijeras; y allí estaba también diciendo “aquí estoy yo” el presidente de la Cámara de Comercio, “mi papel es ser una mosca cojonera”, decía Jerónimo Parra buscando a la consejera de Fomento, Rocío Díaz, con un horizonte de naranjos, con el asfalto aún caliente debajo del puente, por donde empezaban a pasar los primeros coches tocando el claxon de alegría como si llevaran a una novia dentro.
Y al fondo, La Concepción y El Cucador y el Barranco del Llorón y toda esa tierra que ha sido siempre como una novia sin ajuar y que desde ayer, al menos, ya tiene una carretera del siglo XXI por donde antes transitaban arrieros, estraperlistas y civiles a caballo camino de la montaña buscando maquis; tierra de Bonillos y de Parras, tierra del tío Perico Gilabert y del Cura Valera, tierra de heridas y olvidos, de caseríos blancos, de balsas para regar maíz y cebada, tierra de cortijos y de británicos que han hecho de Arboleas o de Palacés su paraíso, al lado de un río dócil y asesino a un tiempo.
Estaba ufano Juanma, entre tanto aplauso, entre tanto compañero de partido, en un día soleado, más de verano que de otoño, todos con su traje reglamentario, excepto Luis Rogelio, que prefirió ir de sport; vino el presidente de los andaluces a conocer un valle que más que un valle es un Lugar llamado Milagro, un universo casi espartano donde reza la leyenda que cuando un niño nace lo tiran a la pared para que aprenda a quedarse pegado; un valle de emigrantes que ya no lo es gracias, no a las comunicaciones, sino a gente emprendedora de Macael, de Olula, de Fines, de Albox que han sacado petróleo de un agujero en donde solo había alacranes y lagartijas.
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