Este martes fue enterrado en Lubrín, su pueblo de nacimiento, don Juan Martínez Martínez, mi profesor de Francés y de historia de España en el instituto Fernando el Católico de Vera durante los años 1976 a 1979. Tenía sólo 76 años. Los alumnos de mi promoción que recibimos sus clases, lo adorábamos. Fue nuestro tutor en 2º y 3º de BUP. Eran los años del inicio de la Transición Política, un período muy convulsivo con la huelga de los «penenes» y el anuncio de mítines, con derroche de octavillas y carteles, y furgonetas vociferando actos políticos casi todos los días.
Nos aclaró muchos conceptos para entender la situación: diferencias entre la derecha y la izquierda; entre dictadura, monarquía y república; y entre la España «de charanga y pandereta» y la España «del cincel y de la maza, de la rabia y de la idea», de la que hablara Antonio Machado.
En sus clases de francés yo era el alumno del 6 (bien), pero en historia de España era el del sobresaliente. Me llamaba por el apodo de «Grice», por el nombre del hostal que tenían mis padres en Turre. Era afectuoso y muy respetuoso con todos los alumnos y nos hablaba siempre de «usted». Y tenía un punto de sarcasmo al hablar o al hacernos comentarios de tipo histórico que era muy ilustrativo de su enorme capacidad de ironizar con la realidad.
Con él viajamos en tercero a Granada, a ver la Alhambra (que nos enamoró) y luego a Sierra Nevada a disfrutar de la nieve, que yo no había visto nunca de cerca. De noche nos llevó a bailar a las discotecas. Algunos nos estrenábamos por primera vez. Estuvimos pernoctando en el hostal Landázuri, en la cuesta de Gomérez, donde unos alumnos quebraron una cama. Menudo follón se armó. Guardo fotos muy bonitas de aquel viaje.
Familia Se casó con Celia, una granadina muy guapa y se instalaron a vivir en Mojácar, donde les nació su primer hijo, al que llamaron Andrés, y al que bautizaron con el mismo nombre que el abuelo del niño, que había sido emigrante en México, de donde había vuelto con dinero, siendo nombrado alcalde de Lubrín en la posguerra. Juan Martínez tendría después un segundo hijo, Pablo, y de éste y su esposa Clara, un nieto y una nieta, llamados Fabio y Nuria.
En el curso 1979-1980 se fue de profesor a Almería, dando clases de geografía e historia durante muchos años en el Instituto Celia Viñas, del que fue Jefe de Estudios. Allí llegó a habilitar una habitación en los sótanos para crianza de sus canarios. En los círculos de la canaricultura era un personaje muy conocido. Durante varios años disfruté de los trinos de una pareja de canarios que me regaló, incluida la jaula. Conocía todos los tipos de razas y subtipos, así como sus características y cantos. Y participaba en competiciones.
Refugio Los últimos años antes de jubilarse impartió la docencia en un instituto de Granada, no recuerdo su nombre. Por entonces adquirió una parcela de tierra en el municipio de Los Ogíjares, en donde construyó o restauró un cortijo o casa de campo que convertiría en su refugio, practicando la agricultura tradicional y descorchando de vez en cuando algunas botellas de vino con los amigos.
Era un republicano de ideas muy avanzadas, pero con base filosófica antigua. Participaba en debates a través de grupos de Internet sobre democracia y creía en las teorías de la conspiración. Era un enamorado de la historia Contemporánea, tanto de la del siglo XIX, como de la del XX, siendo un profundo conocedor de nuestra segunda república, la guerra civil y la etapa franquista.
Los últimos años de su vida estuvieron cargados de amargura, por la muerte de su hijo Andrés y después de su esposa Celia (de la que hizo un pequeño altar con su imagen, colocando esa fotografía en su impronta de wassap). Y aunque parecía muy fuerte, este dolor de su alma lo apesadumbraba y no lo llevaba nada bien. Cada año por los Santos volvía por Lubrín a poner flores a sus muertos. Me telefoneó no hace mucho para decirme que quería verme en esos días para hablarme de un tema. El tema ya sé por otra persona cuál era: invitarme a participar con él para escribir algún capítulo de un libro patrocinado por el IEA que se iba a publicar de Lubrín.
Qué pena que «el Mesié», como le apodábamos en el instituto de Vera, se nos haya ido así de pronto, sin tiempo para despedirse ni despedirnos de él. Siempre tendremos presente su pasión por la dialéctica y su entusiasmo por la verdadera historia. Y si algo le caracterizó fue la posesión de grandes valores, tales como la hombría de bien, su praxis de la amistad y su pasión por la vida. ¡Descanse en paz!
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