Han sido setenta años tan unidos a la mar como la propia sal. Tanto
es así que Cristóbal López León, nacido en Carboneras y residente
en Garrucha, conoció que su primer hijo estaba llegando al mundo
cuando se encontraba en alta mar. Estaba faenando cerca de Cabo de
Gata cuando recibió la noticia y no dudó en volver a tierra a toda
prisa para acudir a la Casa del Mar de Almería.
Lo cierto es que esa
fue tan sólo una de las miles de noches que pasó navegando bajo las
estrellas y a la espera de una buena faena. Noches (y no menos días)
dedicado en cuerpo y alma a la pesca y que han encontrado un justo
reconocimiento en la última gala de la Federación Andaluza de
Asociaciones Pesqueras (FAAPE). No en vano, se trata del armador con
más experiencia de toda la comunidad autónoma. “Me parece que sí
que lo soy”, responde con humildad cuando se le pregunta por la
distinción por ser, entre otros hitos, el armador más antiguo de Andalucía.
Cuando tenía diez años (este
1 de diciembre cumple ochenta) las circunstancias familiares y
sociales le llevaron a comenzar su andadura sobre las olas junto a su padre y sus hermanos. “Como éramos ocho hermanos y las
mujeres no iban a trabajar, había que ganar el jornalillo y me
embarqué”, recuerda sobre sus inicios en el oficio.
Desde luego en
aquellos comienzos le debía mover más la necesidad que el salario en sí, ya que éste estaba fijado en unas 150 pesetas al mes. Era una cuarta parte del salario
que recibían los adultos. Y eso que para Cristóbal, que sabe bien
de lo que habla, los más jóvenes eran quienes soportaban al final
una mayor carga de trabajo. “Tenías que limpiar el barco, ayudar
con el pescado, no había luz en el barco y había que alumbrarlo con
gasoil para que los hombres pudieran ver y trajinar el pescado”.
Con los años, Cristóbal se convirtió en uno de esos “hombres”,
formándose como patrón y como armador.
Pero además del
narrado episodio del nacimiento de su primer hijo, este garruchero y
no menos carbonero muestra especial orgullo por “haber estado en la
mar durante todo ese tiempo porque me ha gustado”.
Pese a las
dificultades que atraviesa el sector, es capaz de apartar un posible
romanticismo que a veces acompaña a la nostalgia y niega que antaño
el oficio fuera mejor que ahora. “Me mojaba con los golpes de mar y
me tenía que acostar en las tablas con la ropa empapada para que se me
secase durmiendo” aunque a base de repetir esta situación “uno
lo ve eso normal”.
A pesar de todo y de
los episodios donde incluso ha estado cerca de vivir la vida,
reconoce que una vez que un hombre de mar pone los pies en la tierra
siente “como un ‘mono’ añorando estar en la
mar”. Recuerda de forma especialmente feliz “los días de pesca
en los que pillabas mucho pescado te emocionas, te entra una alegría
en el cuerpo, cuando íbamos navegando a Melilla… y
también cuando llegabas a tierra si habías pillado mal tiempo”,
reconoce entre risas.
Una de esas
situaciones se dio una noche en la que “lo pasábamos bastante mal porque con el tiempo
nos quedamos sin poder navegar fuerte y sin comunicación de ninguna
clase y nos dieron por perdidos en Garrucha, aunque llegamos a las 10
o 12 horas; los golpes de mar entraban por la proa y salían por la
popa, por encima del barco”.
En aquel entonces,
también recuerda cómo se guiaban por las “marcas de farolas, de
montañas” e incluso con “marcas” como la que suponía el monte
del Almanzora conocido como “la tetica de Bacares’”.
Siete décadas
entregadas a la mar que recibieron un más que merecido galardón y
un aplauso al unísono de los asistentes este martes a la gala de la
Federación Andaluza de Asociaciones Pesqueras. Por cierto, que la
saga no terminará con Cristóbal. Por su cabía alguna duda ha sido
capaz de transmitir el amor por el oficio a las nuevas generaciones
que, como él, han hecho del mar su modo de vida.
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