Desde tiempos inmemoriales, pueblos y ciudades han venerado a sus héroes y fundadores legendarios. Hoy nuestro pueblo pierde a uno de ellos, y poco tenía de mítico: era un hombre cercano y muy activo en la comunidad, una figura emblemática cuya huella en nuestro pueblo es ya imborrable, y sentiremos su ausencia al mirar de nuevo hacia el porche de su casa, y en cada uno de los cestos con los que obsequió a tantos de nosotros. Su reciente fallecimiento ha dejado un vacío inmenso, pero su legado perdura, tejido en el centro mismo de nuestro pueblo.
Nacido en una familia de ganaderos en las cuevas de Guadix, Jaime Ruiz Membrilla, junto a su esposa María Amezcua y sus 5 hijos, María, Manuel, Jacobo, Tati y Herminia llegó a San Isidro en 1966, donde tuvo más tarde a Jaime e Isabel. Nuestros mayores aún recuerdan su carro a caballo cargado con todos sus hijos dirección a su finca. San Isidro era entonces un embrión de pueblo, cuyas obras finalizaron apenas dos años atrás, por lo que Jaime llegó como uno de nuestros primeros colonos. Con una visión clara y un corazón empeñado en el progreso, transformó un pedazo de tierra del IRYDA en el motor de toda su familia. Su granja de toros y otros animales se erige como testimonio de su amor por la tierra, sus tradiciones y su compromiso por el desarrollo local.
Sin embargo, su influencia se extendía mucho más allá de los límites de San Isidro. Conocido por su amistad con personalidades de alta estima, desde el fundador del Hospital Virgen del Mar o de Cajamar hasta destacados políticos, militares y miembros del clero con los más altos cargos, Jaime era un puente entre su pueblo y el mundo exterior. Muchos vecinos acudían a él en busca de recomendaciones o de un favor, y nunca se iban con las manos vacías. Su compromiso con la comunidad era inquebrantable. Prueba de esto es que avaló con su firma a agricultores locales, ayudándoles a financiar la compra de tierras o la construcción de invernaderos, fortaleciendo así el núcleo agrícola de San Isidro de Níjar.
Con la llegada de la democracia, Jaime se aventuró en el ámbito político, uniéndose al CDS, en cuyas listas figuró para las primeras elecciones de nuestro municipio. Esta decisión marcó otra faceta de su compromiso con el avance y el bienestar de su comunidad. Aun en la vejez, se negaba a permanecer ocioso. Era el artesano que hilaba sillas y tejía cestas en la puerta de su casa. Cada cesto repartido entre familiares y amigos se ha convertido en un tesoro cargado de cariño, símbolo de su habilidad y su generosidad.
Hoy, mientras San Isidro llora la pérdida de Jaime Ruiz, también celebra su vida, una vida dedicada al servicio, a la amistad, y al amor por su pueblo. Sus pequeñas obras de arte, los campos que ahora cuida su descendencia y las caras sonrientes de cada vecino que lo recuerda son testimonios vivientes de su legado. Como otros colonos, Jaime abandonó sus raíces para dar vida a un lugar nuevo, que nosotros ahora disfrutamos, pero no solo ayudó a construir un pueblo, sino que se levanta ahora como la Historia misma de este, como un héroe de San Isidro. Y aunque nos ha dejado, su espíritu y su obra perdurarán por siempre.
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