Con la cadencia sutil y la persistencia de un reloj de arena, en las últimas semanas es fácil encontrar en medios de comunicación nacionales un goteo permanente de informaciones y reportajes en las que se alude de forma cercana al alarmismo sobre la situación de los recursos acuíferos en la provincia y su sobreexplotación como consecuencia directa de la agricultura intensiva. Los buscadores de emociones fuertes y los defensores de que la realidad no les rompa un buen titular han buscado el eco de las voces que clamaron por Doñana en el límite opuesto de Andalucía. “El saqueo de los acuíferos en Almería amenaza con colapsar la huerta de Europa”, “Es absurdo que el lugar donde menos agua tenemos sea el mayor exportador de agua de Europa”, y así en un rosario interminable de titulares anunciando el apocalipsis.
Es cierto- y los agricultores y las instituciones lo saben mejor que nadie- que la provincia padece un déficit hídrico permanente al que hay que enfrentarse con la adopción urgente de las soluciones que sean precisas. El agua es un argumento constante en los mensajes del presidente de la Junta y de la consejera de Agricultura. Sin la puesta en funcionamiento de nuevas plantas de desalación, la estrategia de reutilización de aguas residuales y la aplicación de la más innovadora tecnología en optimizar los riegos la situación sería insoportable. Y hay que hacer caso a los científicos cuando sostienen, desde la certeza empírica del rigor de sus estudios, que hay que producir de modo que no sea incompatible con continuar produciendo. No hay que hacerse trampas al solitario ignorando el déficit hídrico y la necesidad de no esquilmar los recursos, siempre escasos, de nuestras aguas subterráneas.
Nadie va a negar que la urgencia que demandan estas actuaciones a veces no va acompañada por la inmediatez con que debían abordarse la plasmación en obras de esos proyectos. Ejemplos hay de cómo ha habido desaladoras como la del Almanzora que fueron destruida por una riada y, diez años después, aún continúa varada en la burocracia y la torpeza; o de la espera interminable a la que se está sometiendo a la casi ya prehistórica de Rambla Morales. En Almería cada gota de agua es un tesoro y esas y otras dilaciones son injustificables. Cuando se tiene voluntad política de hacer cosas, se hacen. No hay que hacer esperar a lo que no tiene espera. Punto.
Pero puesto negro sobre blanco lo anterior, en lo que no debemos caer en el recurso estúpido de aplicar a situaciones complejas soluciones fáciles. El expansionismo sin control siempre ha creado problemas que el populismo nunca ha arreglado y el voluntarismo naif, tampoco. La adopción de estrategias científicas y su puesta en práctica, sí.
Y es la puesta en práctica de esa estrategia innovadora la que desconocen los trompetistas del apocalipsis, obsesionados en ver en nuestro mar de invernaderos un volcán destructor y no un ejemplo a seguir para alcanzar la sostenibilidad de producir más con menos coste hídrico y medioambiental. Porque eso son los invernaderos, no el dragón de siete cabezas que dibujan quienes se acercan al sector agroalimentario almeriense desde la arcadia acomodada de sus redacciones madrileñas.
Por eso desconocen – y no tienen ningún interés en conocer- que Almería ocupa el 0,24 por ciento de la superficie agrícola de España y produce el 24 por ciento de las hortalizas del país; que aquí, un hectómetro cúbico de agua cuesta 450.000 euros y riega 166 hectáreas, genera 500 sueldos fijos al año y produce 32 millones de kilos de pepino, por ejemplo, que generan 36.700.000 euros; o que cada metro cúbico de agua, de media en todos los cultivos, se traduce en 3 euros de valor de producción en Aragón, 5 euros en Valencia, 7 en Murcia y 30 en Almería. Datos oficiales.
A veces pienso que lo que debíamos de preguntarle a quienes desde sus apocalípticos titulares repican la llegada de las siete plagas es si lo que pretenden es que la provincia que hoy exporta miles de millones de kilos de productos agrícolas regresara al pasado y volviéramos a exportar decenas de miles de hambrientos, como sucedió en los sesenta. Eso sí es sostenibilidad.
O, como se podía leer en dos memes que me envió mi hijo hace unos días, en vez de hacer caso a Confucio cuando escribió “Si ves a un hambriento no le des arroz, enséñale a cultivarlo” a lo que habría que hacer caso es a la respuesta que le dio el hambriento: "Si ves a Confucio, dile que se vaya a la mierda”.
Qué fácil es comer despacio cuando no se tiene hambre. Váyanse al carajo.
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