Adra ha representado en su gloriosa historia laboriosa personalidad y la admiración en todos y cada uno de los avatares de la Península, dentro del marco de cada una de las civilizaciones primitivas: fenicia, romana, musulmana, cristiana o moderna.
Cada una de esas civilizaciones que se han ido superponiendo y sucediendo, ha representado siempre un papel importante, preponderante unas veces, más modesto otras, pero siempre ha aportado, por sus producciones, por el genio de sus habitantes, por su claridad, por su laboriosidad y por su continuidad histórica.
Existe en toda agrupación humana gérmenes que tienden al perfeccionamiento de la colectividad, tal vez nacidos en el innato deseo del hombre de perfeccionarse, buscando mayores medios que aumenten las garantías, con que cuenta al luchar con las necesidades que ha de satisfacer.
De esos pueblos que presentaban más inequívocas muestras de engrandecimiento y progreso, era este, Adra. La feracidad extraordinaria de su suelo laborable, el progresivo e Intenso desarrollo de sus industrias, sobresaliendo su fábrica mixta cañera-remolachera que cada día contaba en su encadenamiento, el delicioso y benigno clima que se disfruta, la envidiable situación con su aproximación al mar que la naturaleza quiso dotar a este rincón almeriense, hacían de su término albergue cómodo para los humanos y delicioso retiro donde poder trabajar sin descanso por progreso de sus fuentes de riquezas.
Visitar antes de la Guerra Civil la fábrica, la mejor montada de la región, mostrando todos los pisos y dependencias, era un lujo. La gran fábrica tenía en su entrada una oficina, a su lado derecho la báscula para el peso bruto y a su izquierda, que era la salida, otra para la tara. A unos cincuenta metros se encontraba el asilo que era un canal de cincuenta centímetros de ancho, donde en el se vaciaban las remolachas y sus aguas las conducían al bombo del molino, después entraba la difusión o diseminación, siguiéndole la carbonización, filtración mecánica, vaporización, dulcificación, filtración, turbinación, molturación y envase.
Para todas estas transformaciones existen además de turbinas, calentadores, filtros, otros aparatos denominados tachas, que eran en donde los jugos se cocían. La calera mecánica era un gran cilindro de varios cuerpos donde en su parte superior, llamada campana, se echaban las piedras, saliendo por la parte baja convertido en óxido de calcio.
Después de varias operaciones, habiéndose ya mezclado el jugo en su proporción con cal en los primeros filtros, se obtenía la azúcar llamada PF, de primera calidad, y la PG, de segunda; de los residuos de estas dos se obtenía la clase tercera o azúcar morena, y de ésta, por destilación, se lograba el alcohol amílico, formándose con varias levaduras, bien de caña o de cerveza. Con esta última se hacía una mezcla de remolacha o caña a una temperatura de siete grados aproximadamente.
Existían calderas con vino de la melaza que gradualmente llegaba a su purificación, pasando a ser quemado en los aparatos Barbet, los cuales constaban de columnas de destilar y otras de depurar, de rectificar y de repasar, encontrándose ya el alcohol amílico. Para la obtención de la pulpa también había una enorme caldera cilíndrica con movimiento regulador constante que regaba y enjugaba las momias de las carnes.
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