Arroyo Verdelecho: una hora menos, un siglo antes

Un rincón perdido entre montañas arrasado por el fenómeno de la despoblación

Aldea de Verdelecho.
Aldea de Verdelecho. La Voz
Antonio Fernández
20:08 • 16 jun. 2024

Es uno de esos lugares fuera de las rutas turísticas, alejado de cualquier concepto que case con la ‘modernidad’ y anclado en un pasado que difícilmente volverá para los pocos habitantes de esta pedanía de Gérgal alojada en un profundo barranco de la Sierra de Los Filabres, oculto a los ojos de visitantes y hasta de sus propios vecinos.



Para llegar hay que partir de Gérgal en dirección a Olula de Castro, a apenas un kilómetro un cruce marca el acceso al Arroyo Verdelecho y, a partir de ahí una carretera de tierra más o menos compactada serpentea por laderas y vaguadas durante algo más de ocho kilómetros hasta alcanzar el pequeño núcleo urbano de este lugar en el que apenas viven media docena de personas, todas de avanzada edad.



Llegar a la aldea gergaleña es como dar un salto en el tiempo. Sorprendentemente es frecuente que al arribar al lugar los relojes electrónicos se retrasen una hora; nadie sabe la causa, pero misteriosamente en ese trayecto una hora ha desaparecido.



Pero no es sólo la hora de menos, es que en Verdelecho se tiene la sensación de haber dado un salto en el tiempo de un siglo porque hasta allí no han llegado el asfalto, ni las señales que dan vida a los móviles, ni las conexiones de internet o wifi. Apenas un par de bombillas para aportar algo de luz a las calles sin asfaltar, como si esta pedanía viviera en las mismas condiciones en las que estaba hace más de un siglo, cuando la minería del hierro generó en este perdido rincón del mapa el trasiego de los minerales y una cierta prosperidad económica que hace ya muchas décadas que se esfumó,



Un paseo por las escuetas dos calles del barrio gergaleño permite comprobar que las casas están construidas con piedras del entorno y con esas pizarras que hacían las veces de ladrillos y de tejas para contener las lluvias. En su entorno una agricultura que es un culto a la supervivencia para los ya muy escasos moradores de Verdelecho.



Apenas un kilómetro más arriba, siguiendo el curso de la rambla, se pueden encontrar aún los restos de lo que fuera una próspera actividad minera. En la Dirección General de Minas consta que en el año 1902 quedó registrada la mina ‘Por todas partes’ y la fundición La Fe. Los estudios previos mostraban la riqueza del terreno en mineral de hierro que se acompañaba de otros, algunos derivados del cobre y entre ellos siderita, geothita, hematites, piritas o malaquita.



Durante más de medio siglo la fundición, en la que se instalaron tres torres y otras instalaciones complementarias, estuvo enviando mineral de hierro a la Estación de la Fuensanta de Olula de Castro desde Verdelecho, gracias a un teleférico que salvaba los grandes desniveles durante un trazado de 12 kilómetros, impulsado por una máquina de vapor.



Hoy sólo quedan de toda aquella industria minera unos restos deteriorados por el abandono y el paso del tiempo; han desaparecido los caminos que permitían llegar hasta la Fundición, las torres y los cables del teleférico que sacaba de allí el mineral y se han hundido las casas de los mineros o la de los ingenieros que controlaban las minas.

Sólo queda en pie esa extraña grandiosidad que otorgan a los territorios algunas de las grandes obras que marcaron el pasado, sólo que mientras en otras zonas españolas en las que la minería jugaba un papel esencial para la economía o las sociedades de su entorno (casos de Las Médulas en Castilla-León o de Almadén en Ciudad Real) se ha mantenido esa cultura como atractivo turístico o histórico, en el Arroyo de Verdelecho sólo unas pocas casas se mantienen en pie, demostrando al menos que cuando fueron construidas se hicieron a conciencia, porque varias de ellas aún se mantienen en pie desafiando el paso del tiempo, los esporádicos temporales que hacen bajar bravas las aguas por los barrancos y, también, el olvido de casi todo el mundo.


Y pese a todo, y gracias a esa capacidad de supervivencia de aquellas cosas que los hombres fueron capaces de crear hace más de un siglo, hoy Almería aún está a tiempo de rescatar un patrimonio minero que es un libro abierto a épocas en las que el esfuerzo de miles de personas fue capaz de abastecer de minerales a buena parte del país. 


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