Adra

El cólera en Adra: 1860

La epidemia se presentó en La Mamola y La Rábita y corrió a la provincia de Almería

Panorámica de Adra principios de 1900. COLECCIÓN ANDRÉS AGUILERA
Panorámica de Adra principios de 1900. COLECCIÓN ANDRÉS AGUILERA La Voz
Pepe Cazorla
17:11 • 23 jun. 2024 / actualizado a las 20:10 • 23 jun. 2024

Al levante de Gualchos y Castell de Ferro se había presentado la epidemia en la población de las playas de La Mamola y La Rábita, y según noticias manifiestas se corrió de inmediato a la provincia de Almería, ocupando a Adra y a aquella capital.



El cólera invadió los pueblos. Ya en mayo se habían adoptado medidas higiénicas, como el blanqueo de las casas y beber agua hervida. En junio de 1860 era declarado oficialmente el cólera en Adra. El señor Picón, Gobernador de Almería, partía el día 18 para la villa invadida por la epidemia en compañía de un facultativo, llevando fondos con que socorrer á las familias necesitadas. En Almería se abrió una suscripción a propuesta del mismísimo Gobernador para socorrer al municipio abderitano.



Las condiciones higiénicas de Adra eran desgraciadamente poco satisfactorias. Calenturas intermitentes se prodigaban con los síntomas marcados por los accidentes de la colérica, que eran el malestar del cuerpo, dolor ligero de vientre y la diarrea más o menos, copiosa. Algunos facultativos ponían así mismo el germen embrionario que podría estar próximas a la población donde existían dos lagunas cuyas aguas más profundas, al parecer, que la ribera del mar, distante solo a unos 700 metros, no pudiendo fluir a el, porque según las crónicas, se debía por estorbar la represa de este; así es que se observaba en las dos lagunas flujo y más reflujo. Estos antiguos depósitos de podredumbre e insalubridad, mantenían unas calenturas perniciosas atacando a muchas víctimas y que se volvían coleriformes en caso de invasión. Por ello, se buscaba activamente en buscar el medio de hacer desaparecer este peligro para la salud pública.



Desde la alcaldía se llamaba encarecidamente la atención del gobierno hacia el estado aflictivo en que se encontraba la villa de Adra a causa del excesivo número de fiebres intermitentes que tienen invadida la población, produciendo en ella los estragos de una verdadera epidemia. Haciendo una pintura de los hechos nos encontrábamos con una situación desconsoladora de la angustiosa situación de aquellos habitantes, debida en gran parte al abandono con que eran miradas las obras de utilidad pública en general. Eran justas las quejas continuadas que arrancaba a aquellos pueblos la falta absoluta de vías de comunicación, produciendo el aislamiento completo de las poblaciones entre sí, y como consecuencia de este mal la muerte de la producción.



Después de meses y meses de reclamaciones, se dispuso como ‘gran medida’ solo la recomposición de seis kilómetros de la carretera llamada de Levante. No fue este remedio suficiente para sacar de su postración a una comarca que carecía hasta del camino vecinal más insignificante. La epidemia tenía sumida en la desolación a la villa de Adra, reconociéndose por principal causa la inmediación del rio, cuya corriente alimentaba una multitud de pantanos, los cuales en la estaciones de verano desarrollaban la perniciosa enfermedad ya citada.



Conocido y aceptado por todos como único remedio para estos desastres la variante del rio por aquel punto, se sometió el proyecto al gobierno hacía más de tres años, y al cabo de ellos no había la menor noticia de que se haya resuelto nada sobre el particular. Cuando se trata nada menos que de la salud es imposible hallar una razón que disculpe semejante abandono, y la responsabilidad del gobierno en talles casos no puede ser mayor. 



No hubo casa en donde no se tuviera que presenciar la enfermedad de dos o tres individuos, y en muchas de ellas todos se encontraban postrados, solo con el recurso de que algún pariente o amigo que se acercase a prodigarles algún auxilio. A la calle no se podía salir, porque la poca gente que en ella se encontraba, parecían espectros salidos de la sepultura: tal era el estado en que esta enfermedad deja a los pacientes. Una triste situación que se sumaba al abundamiento enfermizo al existir sólo cuatro facultativos, y tres de ellos ya estuvieron postrados en cama con las precisas, por lo cual se calculaban los auxilios que tan solo un medico podía prestar a unos 900 invadidos que podían darse en un solo día. En Almería capital si hizo y produjo espanto para que algunos facultativos huyeran de la capital, teniendo otros que cesar en la Beneficencia provincial para atender al público en general.



Por suerte esta desolación no se dio en Adra y según menciona el cronista, Joaquín Santisteban y Delgado, apuntaba así: en Adra, surgieron verdaderos héroes como los médicos don Ramón Peragalo y Ramos y don Antonio Llorca; al Párroco don Diego Fernández de Piñar y Quesada, y los Tenientes Curas don José Segado Medina y don Mariano Caballero. No así les ocurría a los sangradores, que parece que tenían la suficiente ligereza para huir a escape por las calles sacando sangre al unirse al cólera la carestía de víveres, llegando en Turre y Adra a ser espantosa la miseria, hasta el punto de consumir los hambrientos los alimentos que se encontraban en las casas infectadas y aprovechar las ropas que podían robar a los coléricos; hechos que se encuentran comprobados por la comunicación dirigida al Gobierno civil por los facultativos de los referidos pueblos.


Con este motivo se experimenta un estado pasivo en toda clase de negocios, y donde la ciudadanía solo piensa en las medicinas que puedan quitarles la picara enfermedad. Así mismo se había notado también que en los barrios más húmedos fueron visitados con mas preferencia por la epidemia, y por el contrario los puntos elevados que disfrutan de un suelo primitivo han gozado de una inmunidad más o menos completa en medio de la epidemia. Así se ven figurar en una proporción notable en las tablas de mortalidad, los pescadores, marineros, lavanderas y todos los individuos que por razón de su oficio se hallan en el caso de habitar cerca de los ríos o de los parajes húmedos.


Todas las medidas que se tomaban desde el propio ayuntamiento de rellenar charcas y darle corriente a las aguas estancadas, fueron infructuosas, porque el mal procedía de otra parte. El cólera hacía estragos. Ese año los agricultores pronto aumentaban al unísono el sentimiento de no ver maíces en las tierras de esta vega, porque la humedad de ellas no lo permite; fruto que constituía una principal parte de la riqueza de este pueblo. Sus gentes se lamentaban: ¡Lástima de población, que si el gobierno no acude para salvarla por medio de la variante del rio, antes de dos años quedará desalojada!. Y no porque dicho gobierno no tuviese conocimiento hace tiempo de la causa que produce estos males; y sin embargo, todo el pueblo no sabía por qué, marcha a paso de tortuga una obra tan justa, tan necesaria a la humanidad y a los intereses del Estado.


Los clamores de la prensa para que el gobierno  remediara la triste situación de la ciudad de Adra, fueron atendidos por el señor marqués de la Vega de Armijo, como ministro de Fomento y como interino de la Gobernación. Inmediatamente que llegó a su noticia que más de la mitad de los vecinos de Adra eran víctimas de las calenturas intermitentes, que producen las aguas estancadas de la riera que atraviesa la ciudad, dio orden para que se entregara al ayuntamiento de la misma, 20,000 reales de los fondos destinados en el presupuesto del Estado al socorro de las calamidades públicas, y mandando activar la conclusión del proyecto ideado para el encauzamiento del rio para que una vez concluido y remitido a la junta superior consultiva de caminos, canales y puertos, para que se informe con la debida necesidad  que exigía  con urgencia la obra.


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