De los tomates a los fogones y el sueño de abrir un restaurante: Seku y Ngone

Historias de sabores y sueños en las Doscientas Viendas de Roquetas de Mar

Ngone y Seku.
Ngone y Seku. La Voz
Melanie Lupiáñez
20:03 • 28 jun. 2024

El año pasado Seku Sarr traía la merienda para sus compañeros al bancal de tomates. Eran unos buñuelos típicos de su país, Senegal, que caían como maná dulce y crujiente. La cocinera de esas delicias era su mujer, Ngone Djasse. Ella se despertaba a las cinco de la mañana para freír la masa antes de ir a trabajar al invernadero.



Pregunté a Seku por su mujer y la receta, ellos me metieron su su cocina. Él me recogió en la Plaza de Andalucía, todavía el centro neurálgico del barrio de las Doscientas Viviendas en Roquetas. Estas fueron construidos a finales de los setenta para las familias obreras. Cuando el barrio envejeció nuevos obreros llegaron, la mayoría hombres africanos jóvenes y fuertes.



En la actualidad las Doscientas es el barrio africano de Roquetas por esto Ngone cocina y vende sus productos allí. La pareja ha alquilado un piso compartido, es viejo, pero está limpio y ordenado. La cocina es la base estratégica con un frigorífico lleno de comida, un arcón lleno de bebidas, una hornilla y otro fogón en el suelo para freír buñuelos a todo meter. “Si estamos muy cansados podemos dormir aquí y no tenemos que ir al otro piso”, dice Seku, orgulloso propietario de una vivienda en centro del pueblo.



El senegalés es relajado, amigable y religioso, lo lleva marcado en la frente, como muchos musulmanes. Hace 24 años que llegó a España, regularizó su situación, y trajo a su hijo mayor, ahora se prepara para el examen de nacionalidad española. En Roquetas conoció a Ngone hace cinco años y poco después se casaron. Ella acababa de llegar a Roquetas donde tenía familia, había cruzado en patera desde Marruecos hasta Cádiz.



“Seku, esta mujer es bien fuerte”, él asiente y ríe. Ngone arquea las cejas mosqueada hasta que escucha la traducción, dice que no le gusta estar con los brazos cruzados. “Ella no para, ni duerme, es como un búho”, dice él. Durante la hora que pasamos en la cocina preparó un barreño de fataya -empanadas senegalesas-, un cubo de beñés y picó aproximadamente cinco kilos de cebollas con un cuchillo de sierra pequeño. Solo se quejó de que la cebolla tenía mucha agua.



Cada día después de ocho horas liando pepinos Ngone se mete en la cocina para preparar comida y bebida senegalesa que después vende en la calle. Es muy buena cocinera, la masa de los buñuelos le queda crujiente por fuera y esponjosa por dentro. Su sueño es abrir su propio restaurante porque trabajar en el invernadero se le hace muy duro.



Hace un año que ella obtuvo el permiso de residencia, pero la pareja está esperando a que lleguen sus papeles para viajar a Senegal. “Tengo muchas ganas de ir con ella”, dice Seku. Este hombre conduce tres días hasta su país, ya lo ha hecho tres veces más en su Scenic.



La senegalesa todavía no ha vuelto desde que partió hace seis años, allí dejó a su único hijo cuando era un crío. “Ahora es más alto que yo”, dice la orgullosa madre. Y agradece a Dios que cada día pueda ver a su su familia aunque sea por videollamada.


Ngone nació en el año 1989 en la provincia de Fatik. Allí era limpiadora, llevaba tres casas adelante dijo con énfasis mientras limpiaba la hornilla. Después migró a Marruecos con un contrato de trabajo en el mismo sector y un año más tarde cruzó a España.


Los dos llegaron en patera, cada uno por sus medios, aunque en Senegal nunca han pasado faltas. “Yo vivía en una isla y tenía de todo para comer”, dice Seku, que también es buen cocinero. El hombre tampoco ha echado de menos los sabores de su país, siempre ha encontrado los ingredientes de su cocina en Roquetas. De hecho algunos vegetales africanos, como el Ocra, los cultivan agricultores locales en esta tierra.


Y después de todo un tour por el barrio salí de allí con una bolsa llena de comida y bebida. Seku insistió en que me llevara dos botellas de bisap. Nunca lo había probado pero me bebí una botella detrás de otra. Es un preparado color rosa hecho con la flor de Jamaica. Su sabor es muy dulce, conocido, como sandía, pero reposada. La otra bebida era de color blanco, bouye. Un típico batido africano hecho con pan de mono, los frutos del boabab. Su sabor recordaba al plátano con canela. También me dieron una bolsita con yoghurt griego y cous-cous, thiakry, tradicionalmente se toma para el desayuno, pero también cayó bien como cena.


Tan lejos y tan cerca, las culturas se tocan en la gastronomía. Las masas y las formas son parecidas: pan, empanada, buñuelo o torta, como base de la alimentación humana. Algo fácil de llevar a la boca para seguir laborando. Aquí y allí se come con las manos para no perder mucho tiempo y porque con las manos sabe mejor.


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