Los astilleros era un arte que se hacía en la playa desde tiempos inmemoriales. Hablar de construcción naval de madera en Adra es sinónimo de Nicolás Casas González. Su tercer apellido fue durante muchísimo tiempo 'El Calafate', apodo del fundador de este negocio familiar.
De proa a popa hay que recordar su magnífica obra náutica con la que inmortalizó en la historia de Adra una de las tradiciones más antiguas con las que contaba la zona. Él creó en 1945 el primer astillero en nuestra localidad especializado en la construcción de barcos de pesca en madera. Comenzó con un taller, para después trasladarse a las inmediaciones del Muelle de Ribera donde también poco después, contaría con varadero. La pérdida de algunos oficios, como en el caso del calafate: persona que se dedica a cerrar las juntas de las maderas de los barcos con estopa y brea para que no entrase el agua daba estanquidad a la embarcación, ha decaído con el transcurso de los tiempos.
Adra siempre ha podido presumir de grandes maestros de oficios que tenían que ver con las actividades de la mar, como pescadores, marineros, remendaores, teñidores, fabricantes de nansas, carpinteros de ribera o calafates. Hasta 1960, existieron en Adra hasta otras tres industrias de maestros calafates pero no del mismo corte de Nicolás Casas y que él si continuaría.
Entre el Real Club Náutico de Adra y rodeado por el Puerto abderitano existía un astillero en el que trabajaba una docena de personas. Fue un espacio vivo de lo que fue el centro de construcción naval más importante de la zona con un calafate y zona de reparación a la intemperie. Construían barcos que navegarían a la “Costafuera” en la pesca del boquerón. Durante los años 70 u 80 del siglo pasado se vivió una especie de boom. Eran tiempos de bonanza: a más pesqueras, mayor construcción de barcos, sobre todo de traíñas. Barcos de cerco guapos, pero sobre todo contaban con consistencia, flexibilidad y una solidez que requería una embarcación para flotar y navegar en alta mar. Se empezaba primero a construir por la quilla, seguido de las costillas y se continuaría con el casco y calafateado, para finalizar con la botadura al mar y su posterior armado.
Decían los viejos lobos de mar que construía barcos modernos pero con técnicas ancestrales que fueron pasando de una generación a otra sin perder ese carácter autóctono de las embarcaciones. El Calafate o maestro-carpintero de la mar son especies hoy en día casi en extinción. Aquel astillero tenía las infraestructuras necesarias: instalaciones inmuebles, taller, espacio al aire libre para acabar el trabajo y la playa de varada para botar el barco. Los que le conocíamos, sabíamos que Nicolás tenía los planos en la misma cabeza y acababa haciéndolos realizando todas las maquetas de los barcos como si fuera un sencillo juego. Era el encargado de planificar, construir y reparar una embarcación donde el oficio requería de mucha experiencia y una serie de habilidades y conocimientos; como por ejemplo, por ser maestro, se encargaba el mismo de calafatear.
Después del primer barco, el “Lores” vino otro y luego otro. Navegó contra vientos y mareas provenientes desde tierra. Su éxito, que aún perdura, fue meter todos los huevos en la misma cesta para que sus barcos navegaran por casi todos los mares del mundo. De sus conocimientos y propio astillero, construyó en los años setenta, el barco de mayor tonelaje construido hasta entonces en un astillero almeriense en cuanto al tonelaje se refería. Se trataba del ‘Rosa María’, con un registro bruto de 148 toneladas. Si tuviéramos que nombrar uno a uno cada embarcación, la lista sería interminable.
Nicolás Casas, un ingeniero-artesano.
A finales de 1980, los astilleros de Adra aunque eran pequeños eran muy conocidos en la provincia, y en toda España. Nicolás Casas González era el propietario y su labor era la de un ‘ingeniero-artesano’. Los trabajadores de esta empresa familiar, eran especialistas en la materia y su escuela estaba en el mismo trabajo. El lugar era, por entonces, una de las concesiones que había hecho puertos a los astilleros por casi cien años, pagando un canon anual. De la docena de trabajadores se contaban con peones, aprendices y especialistas.
Los barcos-pesqueros solían ser barcos grandes, donde también se hacían embarcaciones. pequeñas, pero lo normal eran los barcos de 50 toneladas aunque también tenían permiso para la construcción de barcos de hasta 150 toneladas. Llegaban a construir por encargo un promedio de 3 ó 4 barcos al año, los cuales eran distribuidos a toda España. Esos barcos que normalmente hacían eran de 22 metros de eslora y de 50 a 70 toneladas, rondando el coste en unos cinco millones de pesetas (30.000 euros) solamente el armazón. El resto del barco, como motor, servicios etc., también lo montaban aquí pero eso lo compraban a parte los armadores-propietarios. La botadura se hacía desde los propios talleres y sin el motor. El tipo de materiales que utilizaban era madera, de pino de “carrasco", guinea y eucaliptos, que eran traídos de la sierra de Granada, de Cazorla y otros puntos de la región.
Nicolás Casas salía muy satisfecho con su trabajo, era lo que sabía hacer y además muy bien. Su estilo y maestría formaban parte de una artesanía muy particular dentro de la industria astillera, dedicándose a ello toda su vida y se convirtió en un famoso carpintero de calafate. Y es que cuando hacía un barco y lo veía entrar en cualquier puerto pesquero le invadía una sensación de orgullo de saber que lo había hecho con sus propias manos y astillero. Este cronista aun le recuerda sujetando la azuela, un hacha de corte horizontal que servía para dar la forma curvada a la madera. Construían, reparaban y mantenían a la flota abderitana sin parar. Hoy en día existe alguna que otra escuela en la actualidad por territorio nacional que enseña el oficio, aunque no como ellos lo han practicado durante décadas y aprendido a base con una maza, una especie de cortafríos y una hilera de estopa, muestra lo que da nombre a su profesión.
Renovarse o morir: de la madera a la fibra
Nicolás Casas “El Calafate”, junto a su hijo, Nicolás Casas Biedma, el astillero se convierte en uno de los más importantes a nivel nacional e internacional a mediados de los años 90 con la innovación de los barcos de fibra. Como curiosidad, algunas de las embarcaciones más emblemáticas que han salido de este astillero pueden conocerse hoy en día a través de las maquetas que Manuel Fernández “Manolillo” lleva realizando durante los últimos 30 años.
Esta etapa de gran actividad de los astilleros permaneció hasta casi el inicio del siglo XXI. Nicolás remó y se navegó en Adra la reputación de un excepcional artesano de la náutica donde se hizo un nombre con sus elegantes traíñas o bacas con su emblema en la proa y donde cada pieza tenía que encajar a la perfección. Buen ejemplo de todo ello son las tres generaciones de la familia Casas, cuyo tesón y buen hacer están dejado huella en el sector pesquero y naval de Adra contando hoy en día con modernas instalaciones.
Aún hoy, muchos anhelan los buenos barcos que hacía Nicolás Casas, todo un símbolo del Puerto. Un astillero que ha desaparecido, pero que aún se puede ver su legado en muchos puertos si nos fijamos en las antiguas embarcaciones hechas de forma artesanal con madera. Además, su persona ocupa un lugar destacado por derecho propio en la imaginería identitaria de Adra, circulando entorno de la misma, su patrimonio etnográfico constitutivos de la cultura tradicional abderitana.
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