Adra

La plaga de langosta de Adra

En el lindero de la jurisdicción con Vícar y Roquetas se podía observar una mancha de 1 km2

Panorámica de Adra en 1906. Colección de Andrés Aguilera.
Panorámica de Adra en 1906. Colección de Andrés Aguilera. La Voz
Pepe Cazorla
17:47 • 26 jul. 2024 / actualizado a las 20:14 • 29 jul. 2024

Las condiciones no podían ser más malas en la provincia de Almería donde aún se recuperaba de haber estado sin cosechas por haberles llovido una plaga de gusanos que había consumido las hortalizas y los maíces, amén, de todo lo que salía de la tierra.



La oruga atacaba a las parras de una manera donde apenas tendrían uva de embarque ese año, y eso que la uva era de las pocas riquezas de nuestra provincia; los cigarrones, o sea, la langosta, también aparecía en algunos pueblos; de manera que si no tenían trabajo, ni cosecha, se asemejaba a las plagas de Egipto.



El panorama era desolador, aterrador a la vista de muchos. El espectáculo era enorme a la gran cantidad de cigarrones, como le llaman en este campo, que no era normal; había suficientes insectos para arruinar a media España. Si se repasaba los infinitos y modestos cortijos del campo, todos sus dueños daban por arruinada su cosecha.



En el lindero de la jurisdicción con Vícar y Roquetas, cerca del Peñón de Bernal, se podía observar una extensísima mancha de más de un kilómetro en cuadro, que no se veía otra cosa que no fuese el dañino insecto, y en algunos sitios con más de cinco centímetros de espesor. En La Molineta y sus alrededores, en los terrenos montuosos, otras grandes manchas eran imposible destruir, si no llegaban refuerzos de la capital. En la Cañada del Puerco, donde se cifraban ese año todas las esperanzas, porque hubiera habido una abundantísima cosecha, por norte y sur, había infinidad de manchas, que arrasaron los campos. Era una nube, era una inundación lo que se les vino encima, que amenazaba aplastarlos.



Comunicaban también los infelices labradores de Las Marinas, que había una gran mancha del devastador insecto, que invade unas tres lenguas desde el monte de Entinas hasta la Cañada de Olaya. En Berja o Dalias los parrales que crecían con una ostentación majestuosa y hermosísimo aspecto, mataba todas las ilusiones dando por perdida de toda la cosecha en los mercados ingleses y americanos. En el llano de los Baños de Guardias Viejas, también les había caído en descomunales proporciones, y los vecinos de ese anejo todos juntos, trabajaban a destajo y sin descanso por ver si era posible su extinción, y por último, en el llano de la Fábrica, conocido por los Alacranes, a un lado y a otro de la carretera de Adra, era casi imposible poder atravesar por una extensión de más de media legua. Era una honda pena atravesar este campo y ver esta epidemia y observar como se movían los insectos a semejanza del movimiento de la cal cuando le echan agua para apagarla.Se necesitaba con urgencia un esfuerzo del Sr. Gobernador para que enviase hombres y dinero.



¡Una de cigarrones!



En Adra, antes de los baños estivales y a tan grande nubarrón, le pusieron mejor cara al problema con un descubrimiento. Una carta insertada en 'La Crónica Meridional' nos da fe y en la que varios socios del Casino Artístico Abderitano enviaron en 1889. El 28 de junio de ese año se reunían varios socios, llevando el inicio de la palabra D. Ramón Rodríguez, guarda mayor de los miserables restos que de la fecunda y dilatada vega, quedaban en esta villa, y después de exponer la situación tristísima en que yacen la gran mayoría de estos vecinos, con inimitable gracejo y tal vez para desviar de las tétricas ideas que embargan sus sentidos, vino a decir:



‘Caballeros, parece mentira que habiéndose presentado una abundantísima cosecha que ni hemos sembrado ni cultivado, estemos como cobardes de un modo vergonzoso para hombres de entero corazón’. Todos estaban pendientes de sus palabras; mas viendo que su vista de águila recorría y se posaba en los escuálidos rostros de los espectadores, sin explicar lo que para todos era un enigma, uno de los presentes, arrebatado por la fuerza que le daba la esperanza, lo interpela para que descorriera el nebuloso velo que cubría su indicación. No se hizo esperar, pues con retumbante voz volvió a decir a los presentes: ‘Amigos míos, las necesidades se multiplican, y la sabia providencia nos presenta alimentos en abundancia que mí persona juzga nutritivos. ¿Queréis saber cuales son?’ Todos contestaron con ardor: sí, sí, sí.


‘Si, pues bien. Así como en los antiguos tiempos caía el maná del cielo para aplacar los rigores del hambre, hoy tenemos abundantísima cosecha de cigarrones’.


Al oír lo que se creía un solemne disparate, unos prorrumpieron en histérica hilaridad, otros fueron acometidos de náuseas, y los terceros pensaron y discutieron, si a falta de otra cosa mejor seria conveniente ensayar y resolver este oscuro problema, poniéndolo en práctica. Así se hizo, y se dio por resultado ser un manjar suculento digno de renglón en el arte culinario.


Por ello el último día de junio se llevaron asando algunos centenares de estos insectos alados, y despojándolos de sus patas y vuelos, se consumieron en medio de las mas entusiastas plácemes, sin que se diera ningún fatal resultado, por lo que se prepararon a una segunda acometida, tanto por los buenos efectos producidos, cuanto por no tener otro donde invertir sus aguzados caninos y molares.


No serían los primeros o últimos. Creyeron en su deber ponerlo al público en persecución de este brillante descubrimiento, reductible derecho, pero dando omnímodas facultades para que libremente pudieran engullir cuantos cigarrones crean bastantes a llenar sus tubos digestivos, a cuantas personas se cuenten en el número de los hambrientos. Incluso animaban al lector: ‘no tengáis pena, nuestros queridos hermanos, no os pongáis a contemplar los que en opíparas mesas consumen el rico jamón: el ave acuática o terrestre: el riquísimo queso de Holanda: la manteca de Hamburgo y otros que, juicios extraviados han llevado a la preferencia. No sintáis disgusto porque el hervor del champagne o las delicias del Rhin, y otros tan cacareados vinos, gocen en sus diabólicos festines, pues nosotros con cigarrones y vino ‘peleón’ disfrutamos mas que todos ellos en su fonda de Lhardy. Adelante pues, los cigarrones devoran las cosechas, devoremos a nuestra vez con nuestras lobeznas mandíbulas los cigarrones, como devoraban nuestras abuelas las ratas en Zaragoza y los caballos en Gerona. Firme y adelante que la victoria es nuestra, pues la privación nos da fuerza para todo. Démosle gracias a Dios por tan inmerecidos beneficios, y concluyamos diciendo con toda la fuerza de nuestros pulmones.; ¡Viva el Ser Supremo! ¡Vengan cigarrones!’ - concluía la misiva.



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