Cuando llegas a Níjar y sigues la calle donde esta la virgencita hacia arriba, te adentras por un laberinto de fachadas blancas que parecen desvanecerse en el tiempo. Al final después de atravesar el camino de tierra y con el coche intacto, llegué al taller de carpintería que guarda los secretos de la tradición guitarrera española. El luthier David Egidio, me recibió como está mandado con el canto de las chicharras.
David vive apartado del bullicio y de las redes sociales, inmerso en un mundo donde el tiempo parece detenerse al ritmo del lento secado de las maderas centenarias que selecciona con meticulosa devoción. "A veces, cuando estoy trabajando, se me olvida comer o dormir", dice en su taller, impregnado de un aroma que mezcla el pasado y el presente, donde las vetas de la madera ya cuentan historias antes de ser talladas en forma de guitarra.
El luthier abre un cajón de un mueble clasificador y saca un tablón de madera. "Sujeta este tablón", me dice. "Dóblalo un poco, pero ten cuidado, cuesta 300 pavos”. David toma un diapasón y lo golpea. La nota se sostiene en el aire, vibrante, pura. Después repite el gesto con otro tablón, pero esta vez el sonido es seco, como cuando se te cae la cuchara al suelo. “Esto es lo que diferencia a una buena guitarra”, explica. “Por eso solo utilizo maderas que se han secado de forma natural”.
La historia es que David nació en Francia, comenzó su carrera en carpintería tradicional en 1990, especializándose en ebanistería y mobiliario francés del siglo XVIII. Trabajó durante un año en la Catedral de San Juan en Lyon, donde adquirió un gran conocimiento al lado de constructores de catedrales. Pero como no lo admitieron en la escuela de violinistas vino a España cargado con sus herramientas. "Venía de Francia bajando por la costa, y cuando llegué a Cabo de Gata me quedé flipado. Iba camino a Sevilla, pero algo en esta tierra me atrapó", recuerda David.
Ese algo resultó ser una conexión profunda con sus raíces, que años después descubriría que se remontan a Níjar. Aquí, en este rincón de Almería, encontró su verdadera vocación: la construcción de guitarras. David pasó tiempo aprendiendo de los maestros locales, primero con Luis Marín, un anciano guitarrero del barrio de Los Ángeles, y luego con Francisco Cruz, quienes le enseñaron los secretos de la construcción tradicional de guitarras, tal como lo hacía Antonio Torres, el legendario luthier almeriense.
"Hacer una guitarra es fácil, pero hacer una buena guitarra es muy difícil", dice con la experiencia de alguien que ha dedicado más de una década a perfeccionar su oficio. "No fabrico 20 guitarras al año; casi no llego a 10. Pero cuando un guitarrista me pide una sonoridad específica, yo consigo hacerlo, es alquímico". Cada guitarra le toma entre 240 y 300 horas de trabajo, y una vez que están terminadas, David las mantiene consigo una semana, permitiendo que "se vayan haciendo", como él dice. Solo entonces está listo para entregarlas, en un pequeño ritual que culmina con un concierto en su casa.
A lo largo de los años, las guitarras de David han viajado por el mundo, encontrando hogar en manos de músicos de Francia, Alemania, Costa Rica, Argentina y Rusia. Pero para David, más allá del reconocimiento, lo más importante es el alma que infunde en cada instrumento. "En 10 años de oficio, me considero un buen constructor, sé que mi instrumento tiene alma, y todavía tengo un gran margen de crecimiento", dice él.
David sigue fiel a hacer un instrumento para que perdure. No es celoso de su conocimiento y disfruta compartiendo su sabiduría con otros, tiene varios alumnos. En su taller, lleno de herramientas que él mismo ha fabricado, algunas con técnicas ancestrales, se respira una mezcla de tradición y creatividad. En una de las paredes cuelga un plano detallado de un guitarrero, lleno de cotas y detalles que escapan al ojo inexperto. También hay un amplificador de los sesenta y dos altavoces que él ha construido. Aquí la madera y la música se conjugan de forma inseparable.
“Las maderas que utilizo son centenarias, algunas incluso más antiguas”, dice mientras acaricia un tablón de ciprés violeta. Estas maderas las consigue “moviendo con abuelos”, con las manos expertas que ha conocido durante estos años en la provincia. La madera, cortada solo en la luna menguante de febrero, y secada al aire libre, mantiene una cualidad que los procesos industriales modernos no pueden replicar. "Hoy en día es como usar y tirar, la madera se seca en hornos y se desnaturaliza. No tiene la misma cualidad, el instrumento no suena igual".
David Egidio, un hombre con dos amores: la madera y la música. Coherente y respetuoso en su forma de vida ha encontrado en Níjar su hogar junto a su pareja y su hija.
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