“El cuento no es solo para niños. Está creado para el adulto”

Entrevista a la contadora de cuentos Paula Mandarina

Una jornada de cuentacuentos, con Paula Mandarina.
Una jornada de cuentacuentos, con Paula Mandarina. La Voz
Juan Antonio Cortés
19:53 • 20 oct. 2024

De los cuentos de los abuelos nació, a veces, el miedo, pero también una legión de valores que parecen superados por eso que llaman la postmodernidad. Dicen que se vislumbra una sociedad en la que la palabra es derrotada por la imagen. Es otro Homo Sapiens distinto. Una sociedad en red, diría Manuel Castells. La del tik-tok, de lo efímero y lo líquido, sostiene Zygmunt Bauman. Sin embargo, quizás ningún adolescente se acuerde en el futuro de aquel vídeo que vio tal día en las redes. Se acordará, quién sabe, de aquella historia que alguien le narró sentado junto a unas enaguas en una tarde de sábado y frío.



Hoy conocemos a una cuentacuentos brillante. Es Paula. Paula Mandarina. Malagueña afincada en Almería, da viajes por España como una juglar del siglo XXI. Con una visible diferencia: transmite la oralidad que a ella le da la gana. A Paula se le ha podido ver este fin de semana en Veleficuento, una experiencia inédita en la provincia de Almería. Por Velefique, un pueblo precioso de Los Filabres en el que se había perdido la sonrisa de los niños, centenares de críos de la provincia corretean por las callejuelas en busca del cuento perdido. Como en las noches al raso de los pastores trashumantes. Como en las tórridas veladas callejeras y al fresco de los abuelos. Como en la butaca temblorosa donde una madre meje a su hija mientras su voz adormece al niño. Como en esos sueños, inesperadamente bellos, en que regresa el abuelo para volver a atizar la leña y, mientras sacude las migas con la rasera, una voz, tan vieja como tierna, devuelve al soñador a su infancia más lejana.




-Viaja de un lado a otro de España contando cuentos. Se puede vivir, por así decirlo, del cuento...



Es un trabajo sacrificado, pero te da la oportunidad de conocer oídos nuevos, miradas nuevas y es algo que te hace crecer. Sí, a dia de hoy se puede vivir del cuento.



-Pero contar historias no es solo oralidad. Es, también, silencio, pose, gestualidad, música, juegos. Cómo se prepara...



Lo primero es seleccionar. Ahí suelo llegar a través de la lectura. A cada narrador le llama la atención una historia por el momento de vida en el que te pilla o por el ritmo del cuento. Tienes que interiorizarlo, hacerlo tuyo, vislumbrarlo en la mente como una película y ponerle mucha verdad. En el momento en que el cuento es tuyo, las palabras salen solas.



-Qué temas son universales en la tradición oral...



El amor, la envidia, el orgullo, la venganza. Todas las cosas que nos hacen humanos y nos diferencian de los animales.


-Lo primero que pide un niño de tres años antes de dormir es un abrazo. Y después, un cuento. Es una traición perder ese mundo...

No se debería perder. Es más, a veces deberíamos acostumbrarnos a que nos lean, escuchar la voz de una persona querida o incluso no conocida. Eso hace que te salgas de tu día para sumergirnos en otra historia que nos va a reportar mucho placer.


-Una chimenea, un buen vino y una historia que contar. Hay algo más mágico...

Es muy bonito esto que planteas porque el cuento no es solo para niños. Está creado para el adulto. Después de los trabajos de labranza en el campo, el cuento era un entretenimiento en otros tiempos. Hay historias hechas y creadas para los adultos.


-El cuentacuentos, como el radiofonista, permite que la palabra suscite imágenes en el otro. Escuchas y recreas.

Cuando cuentas, creas un momento mágico y muy individual en cada una de las personas que escucha. Yo puedo hablar de un bosque y sé que, entre 30 oyentes, tendría 30 bosques diferentes. Forma parte del imaginario de cada persona.


-En Velefique, por momentos, se para el tiempo. De pronto, no hay móviles ni redes ni prisas. Cómo es esa atmósfera...

No solo hace que se pare el tiempo. Volvemos a nuestros orígenes, a contar las historias en las calles y plazas de nuestros pueblos, en los bancos, en el tranco de una puerta. El cuento toma el espacio en el que tiene su esencia.


-De qué cuento familiar no puede olvidarse...

En mi casa no se contaban cuentos, pero sí he tenido la suerte de escuchar las historias de vida de mi abuela. Fue una niña de La Desbandá. Recuerdo mi infancia con ella a su lado y contándome esas historias de tiempos feos, pero que son parte de nuestro patrimonio inmaterial.


-Qué cuento personal desea como legado...

Me gustaría que se contase un cuento sobre mí en el que se diga que un día llegó una mujer cargada de palabras. Y que las repartió por todas las orejas que se acercaron a escucharlas. Y quedaron sembradas y brotaron nuevas palabras.


-Una duda: explique cómo nota que un niño está concentrado en la narración...

Tienes a un niño con la boca acierta y, en un momento determinado de la narración, te interrumpe para decir algo. Quiere participar en la opinión de tal personaje. Es un momento mágico. Hemos conseguido que ese niño esté dentro de la historia. Está tan dentro que es incapaz de pensar que no puede hablar en voz alta porque hay más gente en la sala que quiere escuchar.



Hace unos años, Paula Mandarina, como su abuela, aterrizó en Almería. Era, quizás, una suerte de destino obligado. Qué es Almería sino tierra de moriscos y piratas, tesoros y encantamientos, fantasmas y maldiciones. No es acaso la Almería del hombre del saco. La de los sacamantecas. La de la Cueva de la Mora de Uleila. La de los cuentos de la Alcazaba. La de vendedores de mantas que hablaban por los codos. La de las brujas voladoras de la enigmática Alpujarra. La de los curanderos de pócimas mágicas que prometían curaciones a precios módicos. Acaso no es de cuento una Almería de trenes que no pasan. De aviones que casi no vuelan. De castillos que, en lugar de hadas, tienen controladores de la droga. De pecios hundidos en noches de aquelarre. De pescadores que dicen haber visto gigantes marinos. De cazadores que vieron el último lobo. De maletas que se fueron por una maldita guerra.


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