“Me encanta el charco”, así lo asegura Silvia Lupieñez con una
sonrisa orgullosa cuando recuerda sus años de trabajo en el puerto
pesquero de Roquetas de Mar. Esta roquetera de 44 años, nacida en
“la Urba”, descubrió su pasión por la pesca cuando tenía tan
sólo 19 años, tras conocer a Antonio, su marido, quien venía de
una familia de más de tres generaciones de pescadores. En boca de la
protagonista: “Con 19 años me quedé embarazada y me casé con mi
marido, que era pescador y mi suegro me enseñó a coser artes de
pesca en su almacén. Cosía redes, hacía nazas… todo lo que tenía
que ver con el trabajo de tierra”, rememoró la roquetera. Fue
entonces cuando, sin saberlo, Silvia comenzó una nueva etapa en su
vida, marcada por el mar y el trabajo arduo de un sector en el que,
en aquella época, las mujeres ya eran una rara excepción.
Aunque en sus
primeros años Silvia no formó parte de la tripulación fija de
ningún barco, siempre estuvo dispuesta a embarcarse cuando faltaba
un marinero. "Lo que más me gustaba era estar en el barco con
mi familia política: mi suegro, mis cuñados, mi marido… Era un
barco familiar, yo era un marinero más", dice con una mezcla de
orgullo y nostalgia. La conexión con el mar fue instantánea, y a
pesar de lo duro que podía ser el trabajo, Silvia siempre sentía
una gran satisfacción al ver los frutos de ese esfuerzo. "Lo
que más me gusta es cuando ves la cubierta llena de pescado, después
de tantas horas de trabajo. Esa recompensa es lo que más me gusta",
comenta, con una emoción que refleja el amor que ha tenido
por el mar y la pesca.
Eran tantas horas las que la
roquetera pasaba entre artes de pesca, que incluso rompió aguas de
su primer embarazo en el almacén de su suegro mientras hacía nazas, una anécdota que hoy recuerda entre carcajadas.
Pero a pesar de su pasión por el mar y la pesca, Silvia también pone sobre la mesa la
parte menos amable de aquellas vivencias. “Lo más duro es pillar
mal tiempo en alta mar. Recuerdo cuando pescábamos atunes y el
viento movía tanto el barco que nos teníamos que montar en la
Zodiac. Pero, cuando te gusta… no importa lo que pase”, explicaba,
haciendo referencia a esos momentos llenos de incertidumbre, pero
también de una gran pasión por lo que hacía.
Un nuevo camino lejos del mar
Con el paso de los
años y la llegada de sus dos hijos, Silvia tuvo que tomar una
decisión difícil. "Dejé la mar porque necesitábamos un
sueldo fijo en casa. Hoy en día, con cómo está la cosa,
necesitábamos estabilidad", reflexionaba, recordando las
dificultades de un oficio que no siempre garantiza un sustento
económico.
Aunque ya no se embarca, Silvia nunca ha
dejado, ni dejará de estar vinculada “al charco”, como lo llama
ella. "En tierra lo he hecho todo. Me he encargado de empatillar
anzuelos, armar redes, hacer nazas... en tierra lo sé hacer todo",
aseguraba, mostrando la amplitud de su conocimiento sobre este oficio
milenario. “En el muelle me conoce todo el mundo, era la única
mujer que estaba al pie del cañón. Me quieren mucho”, dice,
con la humildad de quien ha dado todo por una comunidad que la ha
aceptado y respetado como a una más.
La pesca fue
una parte fundamental de su vida, la situación económica hizo que
Silvia dejara de embarcarse. “Hoy en día, hay menos gente joven en
la pesca. Necesitan estabilidad económica, hoy se necesita más
dinero que antes para vivir, y la pesca no te garantiza un sueldo
fijo”, reflexiona hoy Silvia, consciente de los cambios que ha
vivido el sector.
A pesar de ello, la tradición sigue viva en su familia. “Mi marido sigue siendo pescador, y mi hijo lo lleva en la sangre. Ha sido pescador y ahora está sacándose la titulación para ser patrón de ferris”, comenta con orgullo.
Y aunque Silvia a día de hoy el trabajo de Silvia ya no tiene nada que ver con el mar, sigue sintiendo un profundo vínculo con el mismo. "Ahora, mi comedor siempre tiene redes para entretenerme, las redes limpias, las que se hacen nuevas. Pero no es lo mismo echar un rato en el comedor que en el muelle", confiesa entre risas.
El testimonio de Silvia Lupieñez es un ejemplo de lucha, sacrificio y pasión por un oficio que sigue siendo esencial para la vida en Roquetas de Mar. A través de su historia, Silvia demuestra que no hay barreras para quienes aman lo que hacen, independientemente del género o las dificultades que puedan presentarse.
Para los pescadores del puerto de Roquetas, ella sigue siendo un referente de esfuerzo y valentía. Como ella misma dice: “La pesca es muy dura, pero gusta”, y esa pasión por el mar sigue ardiendo en su corazón, aunque hoy, desde su casa, se contente con coser redes y recordar aquellos días en que fue la única mujer dispuesta a todo en el muelle.
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