Reluciente y colorido, no sólo por los artículos que lucían sobre los puestos de frutas y verduras, pescado, carnes o flores. El mercado central de la capital se convirtió durante la mañana de ayer en visita obligada para quienes tenían que llenar la cesta de la compra y también para quienes aún no habían tenido ocasión de visitarlo.
El nuevo mercado es ruidoso, como siempre, y diáfano como nunca. Los pasillos se fueron llenando desde primera hora de la mañana hasta el cierre con mareas de gente. Para muchos fue un reeencuentro con su vendedor de siempre, con la vecina a la que hacía tiempo que no se encontraba, con la llamada del pescadero para que compres lo suyo. Pero el reencuentro con lo de siempre no impidió la sorpresa con lo nuevo, con el progreso, con un mercado del presente para el futuro, engalonado con mármol de Macael, con sus escaleras mecánicas, sus columnas de hierro y sus bancos, incluso, para el descanso del viajero.
Ahora todo tiene incluso más sentido: hay más espacio y todo cumple una función; y ello sin haber perdido con la remodelación el encanto de un edificio del que Almería y los almerienses se han sentido siempre orgullosos. Como orgullosos paseaban por el laberinto de sus pasillos los de siempre y los que acaban de llegar, para echarle los piropos que, según muchos, merece.
El mercado está vivo y con él vivirá también ya cada día el centro de la ciudad. Ya no hay excusas y, aunque la crisis sigue pesando sobre el bolsillo y sobre los carros de la compra, hay donde elegir y también alegría.
Y aunque los problemas de unos y otros siguen ahí, la conversación de ayer por las callejuelas del mercado lo tenían como protagonista indiscutible de la cháchara.
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