Robustiano Carrillo lleva en los genes la impronta de los viejos negociante moriscos del Almanzora; del emprendedor nato, que con cuatro palos hace un barracón, que cambia una sera de higos por un cuarterón de aceite y con el aceite compra un cerdito y con las longanizas y butifarras se agencia una furgoneta y así hasta el infinito.
Acaba de frisar los 50 años redondos de trabajo continuado, al pie del cañón, desde que comenzara de aprendiz en la tienda de ultramarinos Domingo Sánchez en su Albox natal, el pueblos donde -dicen- que los niños al nacer los arrojan a la pared y se quedan pegados.
Es hijo de La Loma albojense donde vino al mundo el año que terminó la Guerra. Se quedó huérfano con cinco años y tuvo que empezar a trabajar con doce años y aprendiendo de noche con el maestro Paco Serrano, en la escuela de los analfabetos y así consiguió a aprender a redactar las cartas comerciales de la época.
Con 17 años que tenía se embarcó como viajante del almacén de los Granados. Iba a Macael, a Olula, en coche de línea vendiendo de todo desde productos de alimentación al calzado de la fábrica de Miguel Giménez.
A bordo de una vespa
Le tocó en el sorteo de quintos irse a hacer la Mili a Melilla, en Ingenieros, en unos tiempos difíciles después de la Guerra de Sidi Ifni. Después de los 18 meses que duraba el servicio a la patria, el albojense se estableció por vez primera por su cuenta vendiendo cuchillas de afeitar en una vespa por la Rambla de Oria, Los Cerricos hasta Las Menas de Serón.
También se dedicó a vender máquinas de coser y radios de galena y televisores en blanco de Radio Sol de Almería. La primera tele que llegó a Albox se la vendió a Cafetería Los González.
Mil cajas a Terraza Carmona
Al poco tiempo se quedó con la representación en el Almanzora de La Estrella de Levante con fábrica en Espinardo. Al comienzo tuvo su centro de operaciones en la casa de su madre y después abrió almacén cerca de la Plaza Nueva.
La crisis del petróleo
Cada vez fue ampliando más el acopio de productos: cervezas, vinos de La Mancha, cajas de aguardientes. Recuerda el empresario albojense que le ayudó mucho en aquellos años 60 Juan Luis Granero, de la casa Montilla, en Córdoba. Hasta pusieron su nombre a un vino: ‘Fino robustiano’. Una vez llegó a venderle de una tacada mil cajas de vino a Antonio Carmona para el chateo en barra. Fue prosperando con paso firme Robustiano Carrillo pero le cayó encima la crisis de finales de los 70 hasta 1980 con intereses al 20% y decidió abrir un centro de representaciones y vender a comisión.
Se convirtió en un comercial multimarca. Fue pagando las trampas que arrastraba de la vendiendo Café Marcilla, Coñac, arroz La Fallera, Licor 43, Ponche Caballero, aceitunas, hasta 40 representaciones en total.
El negocio fue aminorando cuando empezaron a abrir años después las grandes superficies en la provincia primero con el desembarco del Pryca que empezaban a comprar a sus propias plataformas de distribución.
Por eso, volvió a darle un quiebro a la vida, a los negocios; el destino le puso otra vez a prueba su capacidad de cintura. Volvia a sus viejos tiempos de almacenistas, tras recibir una copiosa indemnización de la dirección de Marcilla con la que había pactado un sueldo vitalicio de 250.000 pesetas mensuales de las de aquellos años hasta su jubilación.
El tostadero de café
Decididió especializarse en hostelería, en el reparto a bares y restaurantes d
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