Refugio para docenas de personas, la Casa de Nazaret es una luz de esperanza para quienes lo han perdido todo, no tienen dónde ir o su salud no les permite trabajar. “Hay personas de todas las nacionalidades, religiones, condiciones y edades; desde un niño de 12 años que está aquí con su madre, a una mujer de 94”, dice la hermana Beatriz y lo describe como “una familia a lo grande”. De hecho, relata cómo se ayudan unos a otros o van a verse cuando uno de ellos está enfermo: “Se llevan muy bien”.
En la actualidad hay 36 residentes acogidos en la Casa que abrió sus puertas en 1971, 18 de ellos son hombres y 18 mujeres. “Antes teníamos disponibles hasta 50 camas, pero ahora sólo tenemos capacidad para estas 36”, aclara la religiosa. La razón, la falta de manos. “Hace un año y medio ya que falleció la hermana Esperanza, la más joven de las cuatro, en un accidente de tráfico”, recuerda con pesar. Así, tan sólo tres religiosas de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón atienden a los residentes. Beatriz, madrileña, que lleva cuatro años en Almería; Mª Dolores, la superiora, de Almería, y María, de Jaén, que ya llevan cerca de veinte años.
Se necesitan voluntarios
Los residentes colaboran asimismo en las tareas y “cada uno tiene sus encargos”. El ambiente en la casa es muy alegre y acogedor. “Contamos también con grupos de voluntarios. Dos de mujeres que vienen a hacer la comida y la cena, e incluso traen parte de lo que se sirve, y otras que ayudan los miércoles a asear a las mujeres mayores, a cortarles el pelo, teñirles...”, describe. El verano sin embargo hace que muchas de esas voluntarias no puedan acudir, por lo que cualquier ayuda es bien recibida. “Vienen jóvenes a pasar unos días, como en un campo de trabajo; y la verdad es que se van felices, dando un testimonio impresionante sobre lo que han vivido aquí”, dice la hermana Beatriz.
La congregación benéfica del Sagrado Corazón no puede, según sus estatutos, contar con subvenciones o ayudas periódicas, sino tan sólo de la limosna de particulares. La propia Asocación de Nazaret, que construyó la casa y se la concedió a la orden religiosa con la condición de que la dedicaran a la atención de personas sin recursos, colabora económicamente, “pero nunca con algo fijo, sino que cada mes lo que puede”.
Los internos, por su parte, suelen llegar de la mano de asistentes sociales, vecinos o párrocos de pueblos de la provincia. “Nos llaman, por ejemplo, de Torrecárdenas, si hay alguien ingresado sin familia, o una persona que dormía allí, en urgencias”, cuenta la religiosa. Las hermanas van entonces en su búsqueda. “Algunos nos reciben muy bien y otros son más reacios, aunque luego están encantados”, añade. Allí tienen libertad para salir durante el día y asistir o no a las celebraciones religiosas: “Tenemos gente de todas las creencias, y a veces les da reparo por ser nosotras monjas, pero luego se dan cuenta de que lo importante es el amor”. Y de eso, estas tres religiosas, dan un indudable testimonio.
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