Dios bendiga a la Reina

Dios bendiga a la Reina

Manuel Leon
15:12 • 06 oct. 2012

Diego el Seco, rubio y flaco, se fue a Barcelona poco tiempo después de dejar la escuela. Allí ha vivido y ha dado el callo más de veinte años, sin apenas regresar. Y a la vuelta a su pueblo, Garrucha, a hacer un alto en el camino, se ha encontrado con la tragedia de una torrentera que ha balanceado el cuerpo de la mujer de su hermano, desde el cañaveral de Vera al Cabo de Gata.
Allí estaba Diego, con menos pelo que cuando se marchó a Cataluña, consolando a Javier, su hermano, viudo de Diana, y a su madre Isabel, esperando en una silla de tijera, junto a los familiares de las otras víctimas de la ciénaga;  allí estaban, dignos, sobre el parqué, al fondo del pabellón Blas Infante, ataviados con ese luto antiguo de postguerra, bajo canastas de baloncesto, junto a porterías de balonmano arrinconadas para hacer sitio a la muchedumbre.
Fuera, la calle gastaba un día luminoso de luciérnaga, sin huellas de la tragedia de una semana antes, con ediles comarcanos montando guardia ante la inminente llegada de la soberana de este vapuleado país: el subdelegado y geógrafo Andrés García Lorca, la delegada del Gobierno andaluz, Sonia Ferrer, el presidente d ella Diputación, Gabriel Amat, el alcalde anfitrión José Carmelo, impoluto como un Sanluís, y otros regidores como el de Garrucha, Juan Francisco Fernández, de Turre, Arturo Grima, de Huércal Overa, Domingo Fernández, de Pulpí, Juan Pedro García, de Antas, Isabel Belmonte, de Mojácar Rosmari Cano,  el edil de Cuevas Juan José Pérez.
Más arriba, el depósito municipal de vehículos con toda clase de autos de distinta cilindrada, humillados por el barro de la desembocadura del homicida río Antas.
Mucho protocolo en la puerta del pabellón consagrado al padre de la patria andaluza, mucho uniforme aguardando la llegada de Doña Sofía. 
Los colaboradores y Comisarios de la Casa Real fueron abriendo las puertas al gentío: trabajadoras del servicio de la limpieza; guiris sonrosados de Puerto Rey y Pueblo Laguna; veteranos veratenses como José Antonio Ruiz Marqués; periodistas como Chacho Torres comprometido siempre con la comarca, como Richard Torné, de Almería Costa News, saltando como un gato entre el graderío azul eléctrico; amas de casa con el puchero a  medio hacer y abanico en la mano; y hasta el sacerdote local con el alzacuellos en perfecto estado de revista. Se oyó, entonces, el rugido del helicóptero por el Cerro del Espíritu Santo y los ediles se situaron en formación militar al aterrizar el aparato de la soberana consorte.
Dentro, Rafael Hernando, hablando por el móvil, junto a Rosario Soto, y el delegado José Manuel Ortiz Bono saludando a los bomberos del Levante con Francisco González a la cabeza; los concejales de Vera de todo signo, como anfitriones, casi en pleno consistorial: Mariano Estecha, Juan de la Cruz, Belén Carnicer, Vera Navarrete, Isabel Haro, Paco Váquez. Y de pronto, como por ensalmo, apareció, entre una nube de flashes nacarados, entre Ana Mato y el gigante José Carmelo, la Reina de España, la madre de Felipe, la suegra de Leticia, con un traje de chaqueta gris, con unos zapatos más planos que los de una monja de clausura.
Entró en el pabellón veratense como Eugenia de Montijo en París, como María de las Mercedes por la calle Mayor de Madrid, entre arcos de laureles y guirnaldas.  Saludó, con demora, sin prisas, a todas las fuerzas de orden que han aliviado la catástrofe de la gota fría a tantas familias perjudicadas: a los bomberos, a los buzos, a los policías, legionarios, guardia civil a los Umes. Hacía, Sofía de Grecia,






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