Tiene 30 años y vive desde hace dos en Johannesburgo, Sudáfrica. Asegura que antes de marcharse le metieron el miedo en el cuerpo. “Era la época en la que se celebró allí el Mundial de Fútbol y solo llegaban noticias sobre la inseguridad del país. Además, durante las revisiones médicas me decían todo el tiempo que tenía que tener mucho cuidado con las enfermedades y con el SIDA”, reconoce.
Sin embargo, la realidad sudafricana que él conoce poco tiene que ver con lo que contaban del país en España. “Vine porque mi empresa trabaja, sobre todo, con países emergentes ya que ofrecemos servicios que nos están al alcance de cualquier compañía. Me ofrecieron este destino y dije que sí, pero tengo que reconocer que nos cuidan bien”.
De hecho, es la compañía para la que trabaja, la multinacional Accenture, la que corre con los gastos de alojamiento. “Vivo en el mejor barrio de Johannesburgo y como en los mejores restaurantes. La verdad es que no me puedo quejar”, declara casi entre disculpas este joven almeriense.
Y es que es consciente de que es un privilegiado en este país en el que aún existen grandes desigualdades. “A pesar de que gobierna el partido de Nelson Mandela, todavía la mayoría de los pobres pertenecen a la comunidad negra”, explica, “aunque existen muchas acciones para la integración”.
Habla de la situación de Sudáfrica casi como un ciudadano más del país y hace continuas referencias en su discurso al colonialismo británico o al apartheid. Además, una de sus sorpresas al llegar fue descubrir la enorme influencia de Estados Unidos que se encontró allí.
Una sociedad, la estadounidense, que también conoce por varios motivos. “Mi madre, que falleció cuando era pequeño, era americana y siempre quise vivir un tiempo allí”. Algo que consiguió después de finalizar sus estudios en la Universidad de Almería.
“Hice el proyecto de fin de carrera en la Universidad de Tennessee, en Knoxville”, comenta. Allí fue donde mejoró su nivel de inglés y, ahora, al vivir en sudáfrica, es cuando se considera bilingüe de verdad.
Sin embargo, su aventura en Estados Unidos no fue su primera experiencia internacional. También estuvo un año en Ferrara (Italia) a través del programa Erasmus de la Universidad.
Con esta trayectoria internacional, no es de extrañar que dijera que sí con los ojos cerrados cuando le propusieron marcharse a trabajar a 10.000 kilómetros de su casa. Entonces trabajaba en Madrid.
En cuanto al choque cultural, asegura, que no fue demasiado. “Llegamos a la vez varias personas para trabajar en el mismo proyecto, así que fue fácil integrarse con los compañeros de trabajo y ahora, después de este tiempo, ya tienes tu círculo hecho”.
Dentro de ese círculo también se encuentra la que es su pareja hoy en día. Ella es uno de los motivos por los que no pretende volver a España por ahora. “A mi novia le gusta España mucho, pero es difícil encontrar trabajo allí para ella”, dice Antonio.
Además, tiene claro que allí es más fácil prosperar en el trabajo. Aunque, al mismo tiempo, desmiente aquello de que su generación sea la más preparada. “En España tenemos una buena formación universitaria, sin embargo, hay facetas de la vida laboral como el liderazgo, por ejemplo, que no se tienen tan en cuenta y en eso, los americanos nos llevan ventaja”, asegura.
Dice este joven profesional de la informática que son pocas las cosas que echa de menos aunque “lo que más es la familia y los amigos”. Sigue con las mismas aficiones y los mismos hábitos: trabajar de sol a sol y en el tiempo libre, gimnasio y fútbol. Es un gran aficionado al deporte y, de hecho, si hay algo que de verdad añora es “ver partidos en la televisión de casa en compañía de mi padre”. Algo que allí, es imposible.
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