Encarna Sánchez y Salvador Leiva se casaron ayer en la parroquia de San Antonio de Ciudad Jardín. La boda no sería noticia si tras la ceremonia no hubiera una historia de amor como la suya. Encarna tiene 83 años y Salvador 86, ambos son de Terque y hace más de sesenta años fueron novios . Se conocían desde niños y él era sargento cuando llevaban dos años y medio noviando, incluso entraban en casas de sus padres. “No tenía veintidós años cuando nos disgustamos”, afirma doña Encarna cuando apenas faltan unas horas para la ceremonia nupcial.
Ella hacía teatro en la parroquia y él iba mucho con el párroco porque había estudiado en el seminario. Allí se conocieron y comenzaron su historia de amor, que se truncó un día. “Fue en enero de 1952”, afirma él y ella le corrige: “fue en el 53”.
“La gente mete líos y no volví a despedirme. Había una señora que rompía las cartas mías y las suyas. Ha sido un grave error que se ha aclarado a los 60 años”, afirma don Salvador. “Dios ha querido unirnos al final. Había algo ahí, el volcán estaba apagado, como digo”, añade este militar afable.
Tras la ruptura, él se casó y tuvo ocho hijos, hizo una carrera brillante en el Ejército, pasando por Barcelona, Granada o el Sáhara, entre otros destinos y se jubiló como comandante. Ella también se casó y no tuvo hijos. El reencuentro ha llegado ahora cuando los dos, ya viudos, volvieron a encontrarse. “Nos hemos llevado dentro toda la vida, pero sin hacer daño a nadie, con respeto y sin perjudicar a nadie”, afirma seria doña Encarna a pocas horas de su boda mientras se arregla en la peluquería Humberto junto a su sobrina Ana.
De hecho cuando él volvía a su pueblo natal jamás volvió a hablar con ella, y apenas cruzó alguna mirada por la calle. Se acercaba las cinco y como en todas las bodas se comenzó a mirar el reloj. Llegó el novio firme, sereno y ya feliz junto a su hija Loli. A los pocos minutos, llega la novia resplandeciente de fucsia y del brazo de su sobrino político Juan Cantón. La liturgia transcurre como cualquier boda, con lecturas referentes al amor. El párroco Jaime Palacios los pone como ejemplo de amor cristiano para todos los jóvenes. Entre ellos, los muchos nietos y sobrinos de los contrayentes, aun sorprendidos gratamente. Una nieta del novio llega expresamente desde Barcelona para el enlace. El sagrado ritual acaba con las firmas de los testigos, todos se ofrecen y las sonrisas afloran en los rostros. “Me siento muy bien, estupendamente”, afirmó el esposo. No se van de viaje de novios y tras la ceremonia se marcharon a la residencia del cuartel de la Misericordia para la celebración. Pero en la puerta les esperaba aún el arroz y su primer beso.
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