Es un tipo del que nunca se hubiese pensado una cosa así. Miguel Alonso, más cerca ya de los 50 que de los 40, fue un concejal flemático del PP en Vera en los 90.
En los tiempos en los que se acrecentó la guerra del agua de Galasa en las calles del Levante almeriense, Alonso era siempre el hombre tranquilo. Más que a una manifestación hostil contra Azorín, Llerena y compañía, Alonso pareciera que asistía en procesión respetuosa a un entierro.
Después de que se le reprochara su escaso nervio combativo tras haber aspirado a ser alcalde de su pueblo, Alonso se alejó de la política para centrarse en negocios relacionados con la agricultura y la construcción. Vivió esa especie de transición por las calles de Vera, madurando, quizá esperando alguna novedad en su vida.
Y le llegó cuando se embarcó en un viaje a Brasil con un empresario español y un grupo de portugueses.
Era 2002 y aterrizó en Fortaleza, una de las ciudades brasileñas más vigorosas. En un principio no tenía ninguna intención de quedarse, solo de explorar nuevos mercados, pero advirtió la potencialidad turística en una ciudad donde el verano es eterno.
Volvió, por ello, dos meses después, puesto que, en esa época, había muchas empresas españolas con las arcas llenas buscando inversiones lucrativas en el exterior.
Constituyó Conex, una empresa inmobiliaria con un socio local, al tiempo que conoció a la que sería su mujer. En 2006, la falta de liquidez de inversores europeos con los que había firmado negocios, provocada por la crisis que estaba por llegar, deja en papel mojado algunos de esos proyectos urbanísticos que pasaron a ser adquiridos por empresas brasileñas que ya comenzaban a mostrar fortaleza económica y técnica.
Ya en solitario, el veratense se dio otra oportunidad. Lliberado de su socio local, creó CMA Brasil, su nueva compañía, diversificando en otros sectores como hotelería, obra pública, agricultura y energía. Su papel ahora es el de un conseguidor para empresas españolas, portuguesas e italianas facilitando su implantación en el Noroeste de Brasil, garantizando la viabilidad de sus proyectos gracias a sus conocimientos del terreno en once años de estancia y aguardando la llegada del Mundial 2014, con Fortaleza como sede.
Allí en Fortaleza, tan distinta de su Vera natal, Alonso pasa sus días en el despacho laborando y en sus ratos libres comiendo picanha a la brasa, bebiendo açai y caipiroska y bailando Forro. Solo conoce a un almeriense por allí, Juan Ayala, natural de Terque y lo que más le atrae es escaparse al verde majestuoso de Belem y Macapa, en la puerta de la selva amazónica.
A Vera vuelve en julio y por Navidad con su hijo de nueve años, a ver a su madre y a comer cigalas de Garrucha y jamón ibérico.
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