Ilse Aigner, la ministra alemana que culpó al pepino almeriense de la epidemia de E.coli que acabó con la vida de una treintena de personas y con cientos de infectados, ha presentado su dimisión a la canciller Angela Merkel, más de dos años después de la tragedia.
Aigner, miembro destacado de la Unión Socialcristiana, fue candidata en las recientes elecciones celebradas en Baviera, en la que los conservadores lograron hacerse con la mayoría absoluta.
A pesar de la insistencia con la que España pidió su dimisión, nunca se produjo y defendió a su lugarteniente, la senadora de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storcks quien responsabilizó a los pepinos almerienses del brote.
Sin disculpa Desde esas fechas de junio de 2011, nunca se produjo una disculpa oficial del Gobierno alemán, cuando se demostró que el origen no era la hortaliza española sino unos brotes de soja producida y comercializada en Alemania. El sector hortícola almeriense vio en ese momento el trabajo de tantos años por la calidad y la salubridad alimentaria se tambaleaba por el despropósito bávaro.
Las puertas de los mercados europeos se cerraron entonces a cal y canto para los productos almerienses, y es pañoles en general. Esta gobernante alemana, que ahora se marcha, echó por tierra en un día el trabajos de muchos años de agricultores y comercializadoras almerienses.
La tibieza europea fue cooperadora necesaria en ese momento para que el campo almeriense fuese declarado culpable sin juicio previo y arropando a un Gobierno que pecó de precipitación afirmando que se siguieron los protocolos establecidos.
La imagen de Almería y de España se vieron muy tocadas. 18 millones de kilos de hortalizas tuvieron como destino los contenedores para su destrucción en lugar de los supermercados. Miles de personas perdieron anticipadamente su empleo esa campaña porque nadie quería los vegetales almerienses. los datos de retirada de producto reflejaron finalmente que se destruyó finalmente más tomate que pepino.
La agricultura almeriense, a pesar del daño económico, 27 millones percibidos por lo que se tiró a la basura, y el de su imagen, aún hoy imposible de calcular, supo salir reforzado, a tenor de las cifras que arrojó en la siguiente campaña hortofrutícola, la 2011-2012, con una producción récord, de algo más de tres millones de toneladas, y unas ventas de 2.336 millones de euros, la más alta de su historia, dando un golpe encima de la mesa de los mercados internacionales y demostrando al mundo su fortaleza en materia de seguridad alimentaria, con unos mecanismos de trazabilidad que funcionan a la perfección, como quedó demostrado con el E. coli.
España pidió, a raiz de ese despropósito, más rapidez en los mecanismos de información oficial y en la unificación de los criterios de las pruebas sanitarias que se hacen en los diferentes estados.
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