Una única voz resonó sobre las paredes encaladas de las casas bajas de la calle Padres Redentoristas. El negociador de la Guardia Civil sostuvo sobre sus hombros la estrategia de desgaste del fratricida durante la madrugada, un juego psicológico de conversaciones sin respuestas, de confianzas y recelos, de oportunidades y amenazas.
Un testigo vio a Juan León alias Cascapolos introducirse en la casa de su madre en la calle Chumberas aproximadamente a las ocho y media de la tarde del martes. Llevaba una escopeta recortada y un saco. Como en el cine, el asesino volvía al lugar del crimen. Había caído la noche y comenzaba la cuenta atrás.
Desde ese momento, todo el dispositivo se centró, por este orden, en garantizar la seguridad de los vecinos de la zona y en apresar al presunto fratricida con vida, sin heridos. El comandante jefe de la Policía Judicial de la Guardia Civil en Almería, Gonzalo Gutiérrez, coordinó el dispositivo a pie de calle. Al amanecer se unió al despliegue un superior, el teniente coronel José Hernández Mosquera, número dos de la Comandancia de Almería.
La USECIC (Seguridad Ciudadana), la Policía Judicial y los agentes del cuartel de Gérgal (estaba cerrado el domingo, día del crimen) acordonaron el recinto para evitar injerencias. Se esperaba la llegada de los refuerzos llegados desde Madrid, un grupo especial de asalto con francotiradores y una larga experiencia en operaciones de máximo riesgo. Élite. Por la mañana ya habían intentado ‘cazar’ al fratricida en una finca en la Rambla Carril, a cinco kilómetros al sur de la A92, con “resultado negativo”.
Sin tregua
Casa por casa los agentes alertaron a los vecinos del riesgo. Algunos abandonaron las viviendas con maletas o bolsas y otros cerraron puertas y ventanas con presteza. Un hombre armado y muy peligroso se escondía, quizás, al otro lado de la pared. Demasiada tensión para asomar en las calles gergaleñas envueltas ya en una fría noche del mes de octubre.
Sólo unas pocas miradas furtivas más allá del cordón policial, a unos cien metros del lugar del crimen, acompañaban a los objetivos de las cámaras de fotografía y televisión. Y en el silencio de la noche, las palabras engarzadas de la negociación de la Guardia Civil, paso a paso.
Sin descanso, sin tregua, el agente arriesgó su físico junto a la ventana de la casa para contactar con Juan León. Cada 20 ó 30 minutos, un mensaje para mantener su atención y forzar su rendición. Nadie sabía si dispararía, nadie sabía si finalmente se entregaría. La Benemérita tomaba las azoteas cercanas y temía el posible salto del criminal a otras viviendas colindantes. Había que obtener información. A veces los mensajes buscaban su confianza: “Soy tu amigo, sal y hablamos”. Otros perseguían simplemente asustarlo: “Juan, no te duermas que vamos a entrar ahora y te vamos a reventar”.
El Instituto Armado necesitaba entablar contacto, saber su posición y su estado, y, al mismo tiempo, ofrecer la imagen de firmeza de la autoridad frente al delincuente acorralado. Aunque luego se demostraría una sentencia errónea, una voz honda espetó: “No tienes escapatoria”.
Trinchera y campo
Eran aproximadamente las cinco de la mañana y el trasiego de agentes de la USECIC y la Policía Judicial en las calles de Gérgal era incesante. Las vías angostas hacían resonar en Padres Redentoristas el chasquido de la preparación de las armas de asalto y el sonido rasgado del velcro de los chalecos antibalas. Algunos vecinos madrugadores tomaron escoltados el camino de descenso hasta la plaza alejándose del lugar del conflicto, donde los guardias civiles colocaban escaleras para alcanzar las azoteas del perímetro y controlar desde la vista área el lugar, con el número 1 de la calle Chumberas en el centro de la mira. “Te estamos viendo, no te duermas ahora, tienes que pensar en lo que hasta hecho”, decía el negociador a pocos metros.
Juan León vivió en esa casa con su madre nonagenaria durante años. Conocía todos sus secretos, controlaba tres salidas, incluida una buhardilla en la parte superior, y tenía el monte a pocos metros al norte del inmueble. Por un momento, parecía tomar posiciones en la trinchera. “¿Estás moviendo los muebles detrás de la puerta, Juan?”, preguntó el negociador.
Y cuando la intervención parecía inevitable, un hombre sólo, demacrado por la droga y cansado tras tres días de persecución, apareció a unos 15 minutos a pie, en las colinas cercanas al castillo. Ni disparos, ni trincheras, a campo abierto, sin resistencia en el arresto. El detenido fue trasladado de inmediato a Almería. Los agentes reconstruían la escena paso a paso y cambiaban el gesto duro de la noche por la distensión matinal de la captura. Lo difícil había pasado ya. Mientras, Cascapolos mantenía el silencio. Ya no había negociación posible.
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