Fue la noche de los acentos, y la del frío de Los Filabres calando los huesos; la del contrabando de estufas por la gran sala vaticana y la del confit de pato deshaciéndose en el plato; fue la noche de las bailarinas de Degas en el escenario y la de los mil rostros de la comarca en el la pantalla, la del guiño a Pepe González y Serafín Sabiote, y a José y Manolo, dos trabajadores que se dejaron la vida este año en el tajo.
Los bueyes Fue de nuevo - ya se echaba de menos- el regreso de la noche del mármol, de la piedra blanca de la sierra. Fue la confirmación de que Macael -como Teruel- existe en las montañas, en la memoria de los bueyes tirando de los bloques por el Puntal de los Gallos, y en el presente, con diez o doce emprendedores marcopolos vadeando las riberas de los cinco continentes, transportando la piedra noble desde La Polonia hasta Sidney, desde el Cerro Pelao a Chicago o Abu Dhabi. Pero fue, sobre todo, la noche de los mil acentos, del Vaticano macaelero, convertido en la Torre de Babel del Viejo Testamento.
Los incombustibles Premios Macael se han convertido en bianuales y se han volcado con la internacionalización abarcando América, Europa y Africa, con gente de otras razas, de otros idiomas, compartiendo la seducción por la piedra.
El negro y el blanco Como el caso del premio a Africa, a una basílica guineana con hornacinas, que fue recogido por un clérigo negrito, satisfecho de su negritud “aquí el único negro soy yo”, dijo ufano con acento francés y con el marmolillo en la mano, como ‘El negro que tenía el alma blanca’ aquella película antigua de nuestros abuelos; también se oyó el acento mexicano del director de la empresa Luq Stones, premio América del Sur.
El poeta de Chirivel Sonó el acento argelino, o quizá marroquí, en la voz de Manuel Pereira condecorado con el Premio Europa. Y el granaino cantarín como lasfuentes de la Alhambra, de Mar Villafranca, presidenta de ese Patronato que ha confiado en la piedra de Cosentino para la restauración de la Fuente de los Leones 700 años después; acento italiano en inglés de Giusseppe Regini, director en Milán del estudio de arquitectura del vanguardista Daniel Libeskind; acento entre catalán, hipalense y cuevano de Carlos Herrera que se acordó de Chirivel, de su poeta y de ‘la historia del niño más triste del Almanzora’.
Acento de ensaimada mallorquina del piloto Jorge Lorenzo, que admitió sentirse como en casa; acento orgulloso de Antonio Martínez, el presidente de esta industria milenaria, que, con prestancia, se enfrentó al micro y retumbó su voz en la sala oscura, ante sienes plateadas y corbatas de seda, ante trajes de raso y tacones de aguja: “Dijeron que estábamos amortizados, que nos iba a pasar como a Las Menas de Serón, pero aquí estamos porque hemos aprendido de nuestros antepasado”, mientras en la pantalla se sucedían imágenes de La Mezquita de Córdoba, de la Alhambra y del Rafael del Renacimiento. Después llegó la foto de familia de los premiados, los aplausos y los saludos de los casi 500 asistentes en el retorno de la noche más hermosa de las que se celebran en la provincia.
Entre Arriagas, Cosentinos, Sánchez, Domenech, Tijeras, Pastor fue fraguándose la velada, mezclados, como un cóctel, entre políticos y empresarios, entre nativos y forasteros.
No muere Macael, sigue vivo, tanto como el espíritu del cinquecento y el de sus históricos canteros, el de sus artesanos, gente de la que han aprendido los que están ahora, que han decidido seguir adelante con este escaparate de promoción internacional.
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