José Alfonso Salmerón es de esas personas que se resisten a dejar a un lado su tranquilidad, convirtiéndose en abanderado del recuerdo. Un recuerdo en el que el pastoreo es parte fundamental. En su bagaje emocional se entremezclan, a gran velocidad, imágenes de paseos al sol, las horas de frío alpujarreño e instantáneas de sierras luminosas y amarillas.
Visita Mañana soleada en el barrio de la Gamberra (El Parador) allí reside este almeriense de 73 años. En su casa, sentado en el sillón, sonríe constantemente y muestra cierta timidez al constatar que los presentes, sus familiares, abren bien los oídos y desvían su mirada para formar parte de su historia. Su padre, su abuelo y su bisabuelo colocarían los mismos puntos y las mismas comas. En una Aguadulce con las salinas, el esparto o el pastoreo como principales medios de vida, se crió Salmerón. Aunque dejó de dedicarse profesionalmente a la ganadería, sigue conservando ese práctica errante como hobby.
Cualquiera valoraría el tiempo que dedica a su manada todos los días, tres horas, pero Salmerón recuerda otro tipo de sacrificios que se hacían sin valorar o tener constancia de su mérito. Frente a él un retrato del pastor con grandes barbas, es el punto de partida. Los pastores realizaban largas travesías, en los meses del verano, con sus manadas. Güejar Sierra, Trévelez, Bayárcal o Laujar eran los principales destinos. A pie tardaban en llegar unos siete u ocho días. Unas jornadas maratonianas, emulando a cualquier ciclista profesional, “salíamos en dirección a la Chanata, de la Chanata a Bajalí y pasábamos por el Boliche”, detalla.
Era costumbre dar cobijo a los pastores aunque no siempre existían viviendas en la zona y pernoctaban al aire libre. “Dormíamos en una cama de lactones -planta similar al esparto-, pisábamos la mata y la aplastábamos”, explica el almeriense. En otras ocasiones ideaban sus propios sacos de dormir. “Llevábamos unas mantas de lana buena y las doblábamos para no pasar frío, dormíamos vestidos por la temperatura”. Los meses que pasaba en casa, sus cabras salían a pastar todas las mañanas alrededor de ocho horas. Hoy día el tiempo es menor y las alimenta con tomates de Amería y hojas de olivo de Jaén.
Manada Salmerón pone el acento en la singularidad de sus animales. “Es una raza que se va a perder, son las cabras coteras, conocidas como cabras blancas”, explica. Algunos de estos ejemplares podían encontrarse en la zona de El Ejido, Dalías y Berja. Hoy día, que el pastor tenga constancia, existen cabras coteras o blancas en Dalías y Cabo de Gata. Para la despedida se decanta por una anécdota.
Recuerda que hace años le robaron su manada y las encontraron cerca de Níjar. Una pareja de la Guardia Civil le explicó que no podía entregárselas si no demostraba que las cabras eran suyas. Tras un mes “sin verle” y sin comer, su manada pastaba, con el nerviosismo propio que da el hambre. Bastó sólo con una voz para que esos animales nerviosos se giraran y dejaran el “banquete” para otro momento. Al sargento no le quedó ninguna duda y bromeó con los pastores.
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