El pastoreo, práctica en extinción

José Alfonso Salmerón es de los pocos pastores de cabras blancas que queda en el municipio

El pastor José Alfonso Salmeróno,469p
El pastor José Alfonso Salmeróno,469p
F. C.
18:26 • 15 feb. 2014

José Alfonso Salmerón es de esas personas que se resisten a dejar a un lado su tranquilidad, convirtiéndose en abanderado del recuerdo. Un recuerdo en el que el pastoreo es parte fundamental. En su bagaje emocional se entremezclan, a gran velocidad, imágenes de paseos al sol, las horas de frío alpujarreño e instantáneas de sierras luminosas y amarillas.




Visita Mañana soleada en el barrio de la Gamberra (El Parador) allí reside este almeriense de 73 años. En su casa, sentado en el sillón, sonríe constantemente y muestra cierta timidez al constatar que los presentes, sus familiares, abren bien los oídos y desvían su mirada para formar parte de su historia. Su padre, su abuelo y su bisabuelo colocarían los mismos puntos y las mismas comas. En una Aguadulce con las salinas, el esparto o el pastoreo como principales medios de vida, se crió Salmerón. Aunque dejó de dedicarse profesionalmente a la ganadería, sigue conservando ese práctica errante como hobby.




Cualquiera valoraría el tiempo que dedica a su manada todos los días, tres horas, pero Salmerón recuerda otro tipo de sacrificios que se hacían sin valorar o tener constancia de su mérito. Frente a él un retrato del pastor con grandes barbas, es el punto de partida. Los pastores realizaban largas travesías, en los meses del verano, con sus manadas. Güejar Sierra, Trévelez, Bayárcal o Laujar eran los principales destinos. A pie tardaban en llegar unos siete u ocho días. Unas jornadas maratonianas, emulando a cualquier ciclista profesional, “salíamos en dirección a la Chanata, de la Chanata a Bajalí y pasábamos por el Boliche”, detalla.




 Era costumbre dar cobijo a los pastores aunque no siempre existían viviendas en la zona y pernoctaban al aire libre. “Dormíamos en una cama de lactones -planta similar al esparto-, pisábamos la mata y la aplastábamos”, explica el almeriense. En otras ocasiones ideaban sus propios sacos de dormir. “Llevábamos unas mantas de lana buena y las doblábamos para no pasar frío, dormíamos vestidos por la temperatura”. Los meses que pasaba en casa, sus cabras salían a pastar todas las mañanas alrededor de ocho horas. Hoy día el tiempo es menor y las alimenta con tomates de Amería y hojas de olivo de Jaén.




Manada  Salmerón pone el acento en la singularidad de sus animales. “Es una raza que se va a perder, son las cabras coteras, conocidas como cabras blancas”, explica. Algunos de estos ejemplares podían encontrarse en la zona de El Ejido, Dalías y Berja. Hoy día, que el pastor tenga constancia, existen cabras coteras o blancas en Dalías y Cabo de Gata. Para la despedida se decanta por una anécdota.




Recuerda que hace años le robaron su manada y las encontraron cerca de Níjar. Una pareja de la Guardia Civil le explicó que no podía entregárselas si no demostraba que las cabras eran suyas. Tras un mes “sin verle” y sin comer, su manada pastaba, con el nerviosismo propio que da el hambre. Bastó sólo con una voz para que esos animales nerviosos se giraran y dejaran el “banquete” para otro momento.  Al sargento no le quedó ninguna duda y bromeó con los pastores.






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