Fueron desahuciados en diciembre de su casa en el barrio de Las Norias y ahora se ven obligados a vivir de ‘ocupas’ en otra vivienda vacía propiedad del banco. E.L. es un antiguo trabajador de la construcción, natural de Granada, que tras el estallido de la burbuja inmobiliaria no ha logrado levantar cabeza. Prefiere mantener el anonimato por sus hijos, que están en edad escolar, pero él asegura que no tiene nada de lo que avergonzarse. La suerte no le ha sonreído y ahora le ha tocado vivir así.
Subsiste con su mujer y sus tres hijos, de 1, 8 y 14 años de edad, en una casa que han tomado, sin luz, ni agua. “Era una vivienda vacía propiedad del banco, que los jóvenes utilizaban para realizar botellones”.
De okupas Así que E.L. decidió cambiar las cerraduras y hacer unos arreglos para que él y su familia tuvieran un techo en el que dormir, después de que el banco los echara de su casa. No tenían otra opción. Ahora trata de sacar a su familia adelante buscando chatarra o echando jornales, pero unos días le da para comprar comida y otros no.
“He llorado mucho de la impotencia, no dormía, no me encontraba bien, ni hablaba con mi mujer. Me he tirado toda la vida trabajando, desde los 12 años y ahora te das cuenta de que todo es una porquería”, señala.
Su situación era bien distinta hace unos pocos años. Trabajaba de oficial de segunda en la construcción y ganaba 3.800 euros brutos al mes, que se quedaban en 2.200 euros en neto. Además contaba con dos pagas extra y su mes de vacaciones.
Trabajó para la empresa FCC (Fomento, Contratas y Construcciones), desde 2004 hasta 2010, en un puesto de mantenimiento. Participó en obras como las 252 viviendas de La Goleta o el Palacio de Deportes de los Juegos Mediterráneos.
Una hipoteca de por vida Como las cosas le iban bien, en 2005, se compró una casa, que le costó 130.000 euros y se hipotecó de por vida como tantas otras familias españolas. Pagaba al banco 1.300 euros mensuales, pero con su sueldo podía permitírselo.
“Salíamos a comer, hacíamos nuestros viajes”, recuerda. “Ahora me pienso si salir a tomarme una cerveza o, incluso, un café”, explica.
El revés del destino le llegó en 2010, cuando fue despedido de su trabajo. Aún así siguió pagando su hipoteca, ya que contaba con dos años de paro y tenía dinero ahorrado.
Pero llegó un momento en el que no pudo hacerse cargo del inmueble y firmó una carencia con el banco, en la que como avalistas rezaron sus suegros. Posteriormente, volvieron a firmar otra carencia y la deuda se hacía cada vez mayor. “Un día me llegó un burofax en el que me avisaban de que tenía 20 días para pagar o de lo contrario me echaban de la vivienda, le quitaban la casa a mis suegros y nos quedábamos, además, con una deuda de 360.000 euros”, explica.
Su situación era desesperada, pero recibió la ayuda de la plataforma Stop Desahucios y, gracias a ellos, consiguieron una dación en pago y pudieron sacar a sus suegros de ese aval. Sin embargo, le prohibieron a él y a cualquier miembro de su familia pisar su casa, por lo que se vieron obligados a apropiarse de otra vivienda vacía.
La situación se hace todavía más rocambolesca, ya que en su antigua casa, ahora vive otra familia de ocupas. Por si fuera poco, viven con el miedo a que cualquier día pueda venir un juez y echarlos de la casa que han tomado.
Para sobrevivir, relata E.L., cuentan con una ayuda de cien euros cada tres meses destinada a los gastos de comida. Pero no tienen apoyo para pañales, medicación o para los gastos de luz y agua. También han recibido algunos objetos escolares.
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