Decenas de palés se quedaron sin quemar ayer en las playas de Roquetas de Mar. Los grupos que se atrevieron a celebrar la tradicional fiesta de las moragas prefirieron utilizarlos para construir improvisadas trincheras que les resguardaran del fuerte viento que deslució la tradición más emblemática del municipio. “Estamos acostumbrados al viento, pero este de hoy es especialmente frío y eso ha hecho que los vecinos decidan quedarse a comer en casa”, decía un atrevido paseante en La Romanilla.
Los ‘valientes’ se contaban por decenas, lejos de las cifras de millares de años anteriores. Incluso hace tan sólo un año el paisaje en el litoral era totalmente distinto. “No se trata de que se haya perdido tradición, ha sido sólo mala suerte. El año pasado estaba la playa a rebosar”, comentaban los pocos participantes de la fiesta, aunque otros señalaban otros parámetros además del mal tiempo, como el hecho de que fuera lunes (en 2013 el día 29 de diciembre había sido domingo) o de que todavía se noten algunos efectos de la crisis”.
Carpas y cocheras
A lo largo de la playa se podían ver diferentes ‘construcciones’ ingeniadas para aguantar la tarde. Un grupo de jóvenes había montado una tienda con plásticos y hierros de invernaderos. Dentro se apiñaban para conservar el calor sin perder un ápice de ánimo. Y es que las moragas son para muchos roqueteros el día del año en el que se reúnen con familiares venidos de fuera o con amigos que visitan estos días la localidad. Por eso no sorprende que, al preguntar, muchos comenten que son primos, o amigos del colegio reunidos año tras año.
Algo más sofisticada era la trinchera que la familia Cortés había ubicado junto al Paseo Marítimo: una estructura envuelta en un fuerte paño burdeos. “Son nuestras herramientas de trabajo, nuestro puesto del mercadillo”, explicaba una de ellas. Dentro, ambientaban la celebración con villancicos con sabor flamenco y unas migas.
También fueron varios los vecinos del barrio del Puerto y La Romanilla que invitaron a sus acompañantes a realizar la barbacoa en las cocheras o porches de sus viviendas, como fue el caso de las familias Martínez y Fuentes, en la cochera de “el banquero”, según ellos mismos identificaban. Todos coincidían en no dejar que la poca afluencia decayera el ánimo, a pesar de que los establecimientos hosteleros y la carpa de conciertos municipal sí notaran las consecuencias.
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