La Campana del Obispo Ortega
Resultan más las bellezas de un paisaje, observándolas a cierta distancia: los monumentos históricos-artísticos, sólo se aprecian bien, vistos de cerca.
Con este doble objetivo en perspectiva subía el que esto escribe (allá por los últimos días del estío) la estrecha escalera de caracol que pone en comunicación a la iglesia de Santiago de Almería con la torre de sus dos campanas. Ocupábase primero mi vista en abarcar desde aquel mirador el panorama espléndido que se le presentaba. Dirigíase unas veces por el mar, fijándose en los objetos que en él descubría, iba otras veces en un instante hasta el Cabo de Gata, parándose allí solo minutos y regresando a la Alcazaba, contemplando la ciudad a vista de pájaro.
Pero temeroso de impacientar a un compañero de aficiones que estaba a mi lado (entonces con el exclusivo objeto de ocuparse del arte) di un adiós a la naturaleza y al exterior y me propuse circunscribirme únicamente a estudiar la campana antigua, que era la obra de mérito de referencia.
Y bien, díjome nerviosillo mi acompañante: ¿Cuántos años hecha usted a esa viejecita?
Pues pasa de cuatrocientos con toda seguridad.
¡Toma! le contesté, la fundó en lo que usted supondrá, en las pruebas o razones heráldicas, epigráficas, arqueológicas, en una palabra, que ella misma nos suministra. ¿No repara usted en el escudo de armas, episcopal, que campea en el sagrado bronce, en la inscripción que le adorna hacia la base, mientras la gran cruz latina sírvele también de adorno, formando pendant con el escudo? ¡Qué mejor clave quiere usted para conocer el significado del jeroglífico!
¡Averigüe Vargas de qué obispo son esas armas y qué lecciones nos darán!
No se necesita ser sabio para descifrar esos signos. Quien ahora le está hablando a usted no es ninguna notabilidad, ni en el arte epigráfico ni en la ciencia del blasón; pero se propuso dar con esa solución, y lo ha logrado por fin.
¿Quizá en el palacio episcopal?
No señor: encontré, si, buena voluntad en nuestro bondadoso Prelado y su secretario; pero me convencí de que allí no existen ni retratos, ni escudos, ni aún sellos de los antiguos predecesores de S. S. I. Fuime entonces a la Catedral y... nada. Esa fuente de plata en campo azúl surmontada de una torre y un león de gules pasante a la derecha por detrás de la torre, que usted está viendo ahí de relieve, no aparecían por ninguna parte. Hasta que al fin, debido a la amabilidad de los Sres. Deán, Arcipreste y Canónigo Archivero, pude registrar cómodamente el bien conservado archivo de la Catedral y allí con busilis en seguida.
¿Tendrá usted la bondad de decirme donde estaba?
Con mucho gusto. Pues lo hallé sencillamente en la portada del más famoso, interesante, antiguo y precioso códice que se conserva en el archivo.
¿Será acaso el que figuró en la exposición Colombina y contiene el notable privilegio que otorgó Dª Juana de Castilla con su padre D. Fernando el Católico a la Santa Iglesia de Almería y a su obispo D. Juan de Ortega?.
Ese es precisamente.
Pues entonces, tiene usted razón; porque ese Sr. Obispo, restaurador de la sede almeriense y gestionador de muchas gracias para las iglesias de su diócesis, la cual rigió por espacio de un cuarto de siglo, fue obispo de Almería desde que se consagró en 1492 hasta pasar a otra vida en 1515. Nunca pisó la diócesis; pero ya tenemos un dato más para probar que no se olvidaba de su esposa, el valido de los Reyes Católicos.
Ciertamente; ya no puede caber duda de que el Sr. D. Juan de Ortega era en verdad un muy magnifico señor, como se titulaba, pues lo testifican todavía el hermoso códice miniado y dorado que guarda el Cabildo y esta campana chica que suena aún en la torre de Santiago.
Convenimos los dos: y ya me parece escuchar lo que nos va a decir de viva voz esa simpática viejecita el día que celebremos el Centenario de la Virgen del Mar;
«Yo soy la única que voceéy lancé vítores el día de la venida de la Virgen desde Torre-García».
¿Pero habrá acaso por aquí algún testigo mudo que corrobore el dicho de la anciana con un gesto?.
Ahí lo tiene usted, sin ir más lejos: esas letras de la campana, que del más florido estilo monacal, gritan para su capote (por esto mismo): SEMOS FECHAS EN LAS PROSTIMERÍAS DEL SIGLO XV. Pero no diga usted como algunos, que son caracteres cúficos, góticos o árabes.
Están en latín, con la ortografía de la época que representan, siendo, por lo tanto, cristianos a macha martillo, como usted verá.
Dice así el rótulo: MENTEM. SAN TAM. PONTANEAM. HONOREM. DEO ET. PATRIE. LIBERACIONEM.
Que puede traducirse: Recuerdo Santo, Espontaneo, a Honor de Dios y para la Salvación de la Patria. Esta sentencia, al decir del agiógrafo Metafrasto, apareció en letras de oro sobre la losa del sepulcro de la virgen y mártir Santa Agueda. Estuvo en boga el ponerla en campanas, que se fundían en España durante el siglo XV. Fr. Pedro de Arenys vio fabricar una para su convento de Barcelona en 1403, y en uno de los círculos de letras leíase dicho mote, que expresa el oficio de ella y de sus similares, según consigna aquél en su Cronicón.
En la Giralda de Sevilla he visto dos que traen el mismo epígrafe y pertenecen ambas al último siglo de la Edad Media, como afirma el Sr. Gestoso. A la una le dieron el nombre de Santa Lucía y a la otra de Santa Cruz. La de los Dominicos de Barcelona fue bautizada con el nombre de Catalina.
Por manera que la inscripción transcrita no alude al titular de la iglesia precisamente, sino al objeto para la que se destinan los sagrados bronces; esto es, a su oficio.
Conformes, conformes, y no son de poca monta, a mí ver, los servicios que a Almería ha venido prestando la más antigua de sus campanas.
Ella tocó a alborozo en la aparición de la Virgen del Mar, tocó a alarma en las incursiones terrestres de los moros y en las marítimas de los berberiscos; tal vez sonara sola en los momentos de los espantosos terremotos de 1658 y otros.
¡Y o no es sonora La Campanica del Obispo Ortega! La tan famosa de la Alhambra no suena mejor, ni es tan antigua, ni tan elegante, ni tiene esa cruz formada de escudetes triangulares, como la de Almería. ¡Y sin embargo la de aquí nadie la aprecia, mientras la granadina todas las niñas las oyen emocionadas!...
¿Y qué piensa usted que se debería hacer para conservar en Almería un objeto artístico tan interesante, raro, y de no pequeño mérito?
Creo yo que pudiera sustituirse con otra nueva; que se conceda la jubilación a la campana del Obispo Ortega. Bien la merece: y que la coloque en sitio reservado y honroso, en donde solo deje oír su respetable voz de tiempo en tiempo, como en ocasiones solemnes, en las grandes fiestas u otros acontecimientos cívico-religiosos, celebrados por el pueblo de Almería. ¡Ya se haría así famosa!
Poco pide usted, amigo mío; eso y más espero de las celosas autoridades e ilustradas personas, que no faltan en nuestra capital.
Dios lo haga, me replicó muy serio el compañero; pero si algún día supiese usted, con pena que la campana artística, por usted, descrita, se ha desgañitado en su campanario, consuélese con que no fue culpa suya EL QUE LOS ALMERIENSES NO HAYAN SABIDO OÍR CAMPANAS...
Fr. P. Quirós.
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