El arrollador y sorprendente talento de Federico Fellini es único e inimitable. Una de las razones de su singularidad respecto a otros artistas excepcionales consiste en la utilidad poética de sus creaciones, de cada una de sus películas.
A lo largo de toda su filmografía el cineasta italiano propuso una forma de ver el mundo, una especie de método de análisis poético de la realidad que terminó siendo de sorprendente utilidad sin prejuicio del paso del tiempo.
Es difícil saber si al creador de ‘Amarcord’ se le hubiese ocurrido concebir una hipotética película basada en la Semana Santa andaluza. En la almeriense, en concreto, la cual, por no tener una clara y contundente identidad, ofrece una perspectiva mucho más abierta y adaptable. Más acorde con uno de los más seductores ingredientes de las películas de Fellini, que consiste en ofrecer al espectador el deseo o la posibilidad de ubicarse dentro de la trama, como un figurante más por muy improbable que resulte. Incluso, por razones comúnmente inconfesables.
La película podría ser algo así como una Semana Santa almeriense vista desde los ojos de un penitente, observada con detenimiento a través de las dos aberturas del capirote. Una mirada secreta dirigida a la gente que ocupa las aceras para ver la procesión con el propósito de representar la condición humana recogida desde la perspectiva itinerante de un penitente anónimo. El resultado podría ser una secuencia continua y aleatoria de rostros concretos, de expresiones instantáneas, de gestos inesperados, de emociones ambiguas. En suma, fragmentos de historias incompletas que se detienen cada cierto tiempo y que se quedan atrás después de cada parada del cortejo procesional.
La película propondría, en realidad, un recorrido no programado cuyo guion quedaría escrito al mismo tiempo que se suceden las imágenes, las personas.
Algo parecido a la citada ‘Amarcord’. Simplemente, personas concretas asomadas al desarrollo de la acción y convertidas de forma instantánea, en parte de la historia.
Puede que no sea necesario ni aconsejable rodar una película como esta, porque, entre otras cosas, cada año se repite de manera muy parecida y basta con salir a las calles para convertirse en espectador y, llegado el caso, en actor de reparto. Pero, también es cierto que nadie vive dos veces la misma escena por mucho que se repita. Las variables que afectan a la memoria siempre acaban por reventar cualquier ecuación posible y cada persona es libre de montarse la película deseada, sin necesidad de ser Federico Fellini.
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