Decir Soledad y Almería en la misma frase es perder el tiempo: son sinónimos. A lo largo y ancho de la Semana Santa, cada hermandad va acompañada de los suyos, también de los más cofrades y ciudadanos de lo más variopinto. Sin embargo, cuando la Soledad sale, sale Almería.
Lo constató ayer una hermandad que salió unos diez minutos tarde y que terminó encerrándose muy pasada la medianoche en una jornada, la del Viernes Santo, que parece ser la única cuyos horarios y recorridos deben ser repensados para evitar cruces y parones que ya habrá tiempo de aclarar.
De lo que pasó en la estación de penitencia de los hermanos y devotos de la Soledad hay mucho y muy bueno que diseccionar. Y todo empezó mucho antes. No en vano, cuando aún quedaban 20 minutos para que las puertas de Santiago se abrieran, la gente ya esperaba más allá de la Plaza Flores a que llegara la cruz de guía que anuncia que, por una vez, somos nosotros los que tenemos que consolar a una madre, y no al revés.
E incluso antes de eso, un ambiente distinto al habitual rodeaba el centro de la ciudad. Como en los días grandes, como cuando los sueños se disfrazan de cabalgata de Reyes magos o como cuando la ciudad celebra a la Virgen del Mar, los alrededores del casco histórico eran un desfile de almerienses que iban al encuentro de la Soledad. Y también de capirotes negros puestos apresuradamente y con el nervio de acompañar a una dolorosa cuya hermandad cumple 250 años. Callada devoción y amor.
Es más, para entender algo de lo que pasó alrededor de la Soledad habría que ir aún más atrás en el calendario para plantarse en el Viernes de Dolores y recordar que esa misma devoción congregó a un buen número de almerienses (obispo incluido) para acompañar a la imagen mariana en su recorrido por el Cerro.
Soledad
Las ganas de Almería de que saliera la Soledad se apreciaron este Viernes Santo en muchos y muy pequeños detalles. Más allá de la masiva afluencia de gente, hubo un detalle que si bien puede incomodar a los más selectos paladares cofrades, no deja de ser el sentir de la gente: tras muchos años para acostumbrar al público a que la Soledad discurre en silencio y no se aplaude, ayer los aplausos fueron una constante en las levantás del San Juan y la Soledad. Y no pasa nada.
Por lo demás, romanticismo puro hecho cofradía: largas colas negras, cirios blancos al cuadril llorando cera, rosarios en la mano de los nazarenos, penitentes descalzos dando gracias y pidiendo (siempre y en ese orden), un racheo largo y elegante de dos cuadrillas que dejaron el resto tras una larga semana...
Y tras Ella, un río de gente. Vestida con exquisito gusto, la Soledad le dijo adiós a los últimos rayos de luz del Viernes Santo para adentrarse en una oscura y triste noche de luto en la que jamás anduvo sola. Más allá del largo cortejo que la precedía, tras la imagen acompañaba un nutrido grupo de devotos que se transformó en multitud a las puertas de Santiago, donde las saetas a la Soledad volvieron a cumplir la tradición.
Antes, un recorrido por calles estrechas del casco antiguo de la ciudad antes de buscar la carrera oficial permitió que la Soledad fuera agua en esa seca tierra que nunca ve procesiones, regando de fe, amor y (callada) devoción los rincones más bonitos de la ciudad, más bonitos aún en la tarde noche del viernes.
En vista de lo confirmado en este Viernes Santo de 2022, tan solo medio mes después de que la Soledad cumpliera 250 años como hermandad, quedan pocas dudas de que los hermanos soleanos pueden dar un paso al frente y solicitar la coronación de la más querida dolorosa de la ciudad. Apoyo, calor de los almerienses y pies descalzos que le pidan y le den gracias no les faltarán.
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