José Carlos Rebolloso y Belén Ibáñez son los propietarios de un restaurante de nuevo cuño insertado en un barrio tradicional como el de la Plaza de Toros en la calle Arqueros. Se llama Errante, en parte como homenaje al tango ‘Volver’ de Estrella Morente y en parte porque recoge las trayectorias vitales de la pareja que gestiona el establecimiento.
Él inició con 16 años su relación con la hostelería en hoteles y restaurantes, con un paréntesis entre medias para otra de sus pasiones, el teatro. Ella, argentina, aterrizó en Almería para hacer un doctorado en la Estación Experimental de Zonas Áridas. El destino los unió y se lanzaron a viajar, los convirtió en los ‘errantes’ del viejo tango. Y ese fue el inicio de una aventura juntos, asentada en la pasión por la gastronomía.
El local
Tras un primer intento en el paseo marítimo de San Miguel de Cabo de Gata, en un lugar tan pequeño que debían llevar la comida hecha desde su casa, abordaron su gran apuesta, la apertura de un local en el centro de Almería. Aprovecharon una vieja casa comprada por el abuelo de Jose Carlos, tan vieja que fue necesario demolerla y levantarla desde sus cimientos, aunque respetando la identidad del barrio.
Belén dejó su carrera como bióloga y se adentró en el mundo de la cocina. Contaban con el conocimiento que da visitar otras zonas del mundo, otras culturas culinarias y esa inquietud que lleva a forjar un estilo personalizado a la hora de elaborar platos con identidad propia.
El confort
El Errante no es un lugar de amplios salones, sino un refugio en el que el ‘invitado de honor’ es la creación gastronómica que nace de una particular fusión de cocinas como la asiática, donde reina el mundo de las especias, y la cultura mediterránea; los productos de la tierra. Su restaurante pugna por situarse como uno de esos lugares de culto donde el sabor es el dueño absoluto de la capacidad creativa de Belén y Jose Carlos.
Se consideran un equipo, tanto que cuando, por cualquier razón, uno de ellos falta, el Errante no abre sus puertas al público. Su objetivo es, sin duda, proporcionar satisfacción a quienes se adentran en un modelo diferente de entender la alta cocina que, en su opinión, debe ofrecer una conjunción perfecta de sensaciones de las que forman parte la calidad, el sabor, la originalidad, pero también ofrecer a sus parroquianos un lugar confortable, acogedor, “tan amable que tratamos de hacer que se sientan como en su casa”.
No más de una decena de mesas repartidas en dos plantas. Un local intencionadamente pequeño porque “en un proyecto como el nuestro la masificación no tiene sentido porque se perdería esa sensación de intimidad que, al final, también forma parte de la cultura de la gastronomía. Se trata de comer bien pero también de estar a gusto, relajados”, explica Jose Carlos.
Aclaran que el Errante no es un lugar de tapeo al uso, sino un verdadero restaurante en el que pretenden ofrecer “una cocina diferente, llena de sabores y con capacidad para sorprender a quienes busquen una oferta capaz de diferenciarse del resto; no pretendemos ser mejores que nadie, pero nos gusta pensar que nuestros platos logran la atención de los comensales y consiguen satisfacer sus exigencias y, claro, sus paladares”.
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