Primero fue Troya, ese fogón con una barra casi en penumbra y un comedor con decorado castellano para tomar de primero berza y de segundo huevos al plato o flamenquines a elegir, atendido por un profesional con chaquetilla. El Troya tuvo su momento de comidas caseras al mediodía, pero, poco a poco, fue la sobremesa la que fue medrando, fue el carajillo el que le comió el terreno a los platos de cuchara del menú del día, entonces aún había máquinas tragaperras y la madera era de roble auténtico, nada de bisutería; un día pasamos por allí a sacar dinero en el Santander y nos dimos cuenta de que de Troya ya no quedaba ni el caballo, allí lo que resplandecía entonces era el letrero de Don Balón, que había abandonado su antiguo lugar frente al Lidl para correr unos metros más arriba; allí estaba entonces ese nuevo bar de plancha rápida que llevaba el nombre de esa vieja revista del fútbol de los 70 en los que aparecían reportajes a todo color de Neeskens o de Netzer, los De Jong y Modric de este tiempo.
El Don Balón tenía camareros ágiles sirviendo tapas de carrilladas o montaditos de lomo o migas o arroz "recién esshhoo" que aprovecharon el exterior para montar una terraza sol y sombra bajo el árbol vecino. Los domingos se llenaba y los sábados también, con familias en chándal y con carritos de bebé que aprovechaban el Don Balón para tomarse los primeros vinos del fin de semana, a esa hora del mediodía en la que el lavadero de enfrente empezaba a dar de mano y la gran rotonda se convertía en aparcamiento: "Déjalo ahí mismo, si viene la policía lo vemos desde aquí". Pero como todo lo que nace muere, hace unas semanas cerró sus puertas el Don Balón, como antes lo hizo el Troya de Homero, en ese barrio de Cortijo Grande, en donde hace ya unas décadas se apilaban las resmas de esparto y cundía el olor fétido de la Celulosa. Todo eso desapareció para dar paso a un residencial periférico, colonizado por las promociones de Mañas Cano de ladrillo visto, donde fueron aposentándose bares como el Jaya, como La Ruta, como Le Grand Pere, oficinas de la Seguridad Social, iglesias evangélicas, puestos de frutas al por mayor, talleres de coches, un Mercadona y comercios chinos, todo mezclado como en una batidora. Ahora el Troya ha dejado paso a una nueva cafetería llamada Varó que se conoce que quiere ser fuerte en los desayunos. Allí está abierta, desde hace unos días, en el mismo lugar que ocupaba el Troya y el Don Balón, sirviendo tostadas, cafés con leche y quizá churros en el futuro.
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