Un turrero abre un restaurante en Almería y le pone El Garruchero

El propietario es Andrés, el antiguo gerente de Terraza del Mar, en la playa de La Térmica.

El restaurante El Garrucha, donde estuvo El Troya.
El restaurante El Garrucha, donde estuvo El Troya. La Voz
Manuel León
20:33 • 29 jul. 2024

Andrés Cervantes, el gerente hasta hace poco de la Terraza del Mar de Almería, ha cambiado de local pero no de oficio; ha dejado la arena de la playa de La Térmica para abrir un restaurante de buena cocina y ambiente de idas y venidas en el corazón del barrio de Cortijo Grande. Allí, la parroquia no se eterniza: toma la tostada por la mañana y a seguir trabajando; toma la tapa de arroz al mediodía y a seguir trabajando. Es una clientela proletaria, que se nutre de talleres, empresas y comercios cercanos. Andrés es turrero de nacimiento, pero le ha puesto a su nuevo bar de nombre El Garruchero, por su buen hacer con el pescado y el marisco (no sabemos cómo se lo habrán tomado en su pueblo natal). El Garruchero es el mismo local, en la calle Benizalón, donde antes estuvo El Troya, ese fogón con una barra casi en penumbra y un comedor con decorado castellano para tomar de primero berza y de segundo huevos al plato o flamenquines a elegir, atendido por un profesional con chaquetilla.



El Troya tuvo su momento de gloria con las comidas caseras al mediodía, pero, poco a poco, fue la sobremesa la que fue medrando, fue el carajillo el que le comió el terreno a los platos de cuchara del menú del día, entonces aún había máquinas tragaperras y la madera era de roble auténtico, nada de bisutería; un día pasamos por allí a sacar dinero en el Santander y nos dimos cuenta de que de Troya ya no quedaba ni el caballo, allí lo que resplandecía entonces era el letrero de Don Balón, que había abandonado su antiguo lugar frente al Lidl para correr unos metros más arriba; allí estaba entonces ese nuevo bar de plancha rápida que llevaba el nombre de esa vieja revista del fútbol de los 70 en los que aparecían reportajes a todo color de Neeskens o de Netzer, los De Jong y Modric de este tiempo.



El Don Balón tenía camareros ágiles sirviendo tapas de carrilladas o montaditos de lomo o migas o arroz "recién esshhoo" que aprovecharon el exterior para montar una terraza sol y sombra bajo el árbol vecino. Los domingos se llenaba y los sábados también, con familias en chándal y con carritos de bebé que aprovechaban el Don Balón para tomarse los primeros vinos del fin de semana, a esa hora del mediodía en la que el lavadero de enfrente empezaba a dar de mano y la gran rotonda se convertía en aparcamiento: "Déjalo ahí mismo, si viene la policía lo vemos desde aquí". Pero como todo lo que nace muere, también cerró sus puertas el Don Balón, como antes lo hizo el Troya de Homero, en ese barrio de Cortijo Grande, en donde hace ya unas décadas se apilaban las resmas de esparto y cundía el olor fétido de la Celulosa. Todo eso desapareció para dar paso a un residencial periférico, colonizado por las promociones de Mañas Cano de ladrillo visto, donde fueron aposentándose bares como el Jaya, como La Ruta, como Le Grand Pere, oficinas de la Seguridad Social, iglesias evangélicas, puestos de frutas al por mayor, talleres de coches, un Mercadona y comercios chinos, todo mezclado como en una batidora. Después el Troya dejó paso a una nueva cafetería llamada Varó que quise ser fuerte en los desayunos, pero duró un suspiro. Ahora es Andrés el que ha tomado el relevo, el turrero que ha abierto El Garruchero. Ojalá que dure. 








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