Hay lugares de los que un pueblo no puede desprenderse, que están tan ligados a su historia, su cultura, sus gentes y su propia esencia que se convierten en una parte indisoluble. Podría decirse, sin un atisbo de duda, que eso son para El Ejido los taburetes negros del Albéniz, sus sillas de metal, su suelo ajedrezado, sus cuadros con motivos cinematográficos y esa sensación que hace que las mil historias atrapadas entre sus paredes parezcan tangibles.
Sin embargo, a partir de ahora, tendremos que referirnos a él en pasado. Abierto en los años ochenta y tras casi cuatro décadas, la familia Villegas ha decidido cerrar las puertas de uno de los negocios más antiguos del municipio.
José Villegas Palmero e Isabel Villegas Linares levantaron el local, en lo que entonces era tan solo un solar, allá por el 85 u 86 (ni siquiera ellos lo tienen claro), y con el paso de los años, de los cafés y los desayunos, sus hijos han ido tomando las riendas. Pepe, Elisabeth y Óscar, el último, quien ha decidido desprenderse de él. No por temas económicos, sino para dar un cambio a su vida. “La hostelería te come mucha vida. Yo llevo aquí metido treinta años y ahora me he quedado solo. Tengo dos niños y cuarenta y seis años, y si no lo hago ahora me quedaré aquí para siempre. Prefiero dejarlo ahora que está en todo lo alto”, confiesa Óscar.
Esa vida de la que habla, la que exige la sacrificada hostelería, es percibida de forma distinta a través de los ojos de cada generación. “Las cosas han cambiado mucho. Antes no es que fuéramos más fuertes para el trabajo, pero el trabajar se veía de otra manera”, lamenta Isabel, a lo que su hijo Pepe añade: “Gente trabajadora ha habido siempre y seguirá habiendo, pero la gente de hoy también quiere vivir. Mis padres no han vivido. Ni en siete vidas voy a trabajar lo que han trabajado mis padres”.
Tradición
Una familia forjada tras la barra, donde, uno tras otro, se han criado cada uno de los hijos, rodeados por clientes de paso, clientes que ya no están y clientes que llevan siendo fieles desde el primer día, de esos que se encariñan de un sitio y ya no lo cambian y a los que “solo con ver a través de la ventana” ya les estaban preparando el desayuno.
Situado en la calle Cervantes, en pleno centro de El Ejido, el Albéniz ha sido testigo del crecimiento del municipio. “No había ni una alcantarilla en la calle”, todo antes era de tierra y en esta zona había tres casas y estaba todo lleno de pencas (chumberas)”, comenta Isabel.
Un esplendor ahora visto con la perspectiva nostálgica del tiempo: “Hubo unos años muy buenos. Te asomabas a la calle y te impactabas con el gentío, había tiendas por todos lados. Ahora me da pena verlo todo cerrado”. “El Ejido era un referente para todo, para comprar, para salir de marcha. Antes se daban tortas para coger un local, no había ni uno vacío. Quizás esté perdiendo un poco de su historia”, recuerda Óscar.
Una historia, la de El Ejido, que acaba de perder un emblema, pero el Albéniz difícilmente se desprenderá de la memoria de los ejidenses.
Nuevos dueños en el horizonte
La familia confía en que su histórico negocio regrese de la mano de unos nuevos dueños, que mantendrían la esencia, la decoración y hasta el nombre. “Creemos que van a tener suerte si acaba dándose. No es levantar algo entero. Cualquier movimiento en la vida es un riesgo, pero si siguen haciendo bien las cosas, la clientela que hemos tenido todos estos años seguirá viniendo”, comenta Óscar.
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