“Cuando la vida se hizo calle”

Carmen Rubio Soler
20:57 • 08 may. 2014

Por fin llegaron los Noventa. Llegaron sin que apenas nos diéramos cuenta; aterrizaron mientras estábamos entretenidos con los preparativos de la Expo y de las Olimpiadas. Esperábamos estos eventos y nos sentíamos ya tan saturados de ellos, que hoy nos parece que la década se inició aquel 92, no en el 91.


Los que habíamos vivido la movida de los Ochenta en primera persona, con sus abusos y sus excentricidades, madurábamos entonces en un entorno favorable; cultural y económicamente parecían venir años de abundancia. Nos convertíamos en jóvenes profesionales con futuro. Asumíamos que rondar los treinta era lo que tenía que ser. Nuestros mayores se sentían, por fin, con muchos objetivos cumplidos: democracia consolidada, una sociedad del bienestar protegida, una economía prometedora… Los Noventa fueron años de alegría, puede que no debamos decir “los felices Noventa”, eso no, pero sí fueron cómodos.


Sí, habíamos madurado la década anterior. Habíamos conseguido un poso intelectual que convertiría los próximos años en una nueva edad de oro cultural. Y pese a que nuestra ciudad era, había sido,y sigue siendo hoy, uno de los rincones más alejados de todo en la península, nos parecía que éramos más protagonistas. Salíamos, viajábamos, nos sentíamos parte de algo, aunque hoy se nos haya olvidado qué era exactamente ese algo.




Empezamos  la década con la ansiedad de que el 92 no iba a llegar nunca, que siempre habría obras y preparativos, pero, por fin, llegó.


Los almerienses estábamos pletóricos, estrenábamos Auditorio, se rehabilitó el Apolo, más tarde se abriría el Centro de Arte Moderno de Almería. Se organizaron exposiciones, teatros, conciertos y actividades artísticas de todo tipo.




 


Cultura y vida diaria




Quedábamos para cenar y, después, para ir al teatro, asistíamos a inauguraciones y a presentaciones de libros; y en los ‘vinos’ con los que se regaba el acto, todos hablábamos y sonreíamos.


Se abrían galerías de arte,  garitos con espacios para conciertos, cafeterías temáticas. Volvió la ópera, en muchas tardes-noche de domingo. La vida intelectual de la ciudad no se había visto en otra, como decimos aquí.


El que más y el que menos fue una vez a la Exposición Internacional, la Expo, a Sevilla. Bueno, a Sevilla no iba, se volvía sin ver la ciudad, aunque nunca hubiera estado antes. Lo que importaba era la Expo, la ciudad siempre iba a estar allí (bueno, muchos hoy todavía no han vuelto, pero…).


Todos hicimos colas de horas y horas, en las que nos refrescaban, como a las plantas, con pulverizadores de agua. En ocasiones eran azafatas las que, armadas con sillas y botes de agua, se encargaban de realizar esta imprescindible y tecnológica actividad ante lo insuficiente de las instalaciones microclimáticas, pero eso sí, eran azafatas extranjeras, muy preparadas, hablaban idiomas, y además compartíamos la fila con japoneses, norteamericanos y extranjeros varios que iban adquiriendo un peligroso tono asalmonado mientras nos sonreían. ¡Qué colas aquellas a 40º!, no como las de ahora.


Barcelona estaba más lejos. Pero gracias a la televisión y al despli


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