En apenas cuatro años –los que lleva andados esta segunda década del siglo XXI-, Almería ha cumplido de golpe varios medios siglos. El de los primeros rodajes de superproducciones de Hollywood (Lawrence de Arabia, 1962; Cleopatra, 1963; o la trilogía del dólar de Sergio Leone, 1964-1966), el de la incipiente llegada de turistas ávidos de sol y playa a unas costas que el mundo empezaba a descubrir por entonces o el de la construcción de los primeros invernaderos en los eriales de polvo y alacranes del Campo de Dalías y Campo de Níjar.
Cada uno de estos aniversarios nos ha devuelto, teñida de nostalgia, la imagen de un horizonte de esperanzas colectivas que luego fueron realidades tangibles, que en algún momento posterior decayeron o estuvieron en riesgo y que, lo que son las cosas, vuelven a emerger ahora con expectativas renovadas.
La agricultura intensiva bajo plástico, el cine y el turismo han dado a esta provincia las únicas alegrías verdaderas de los últimos tiempos, en medio de tanto titular sombrío que ha venido a subrayar lo que solo algunos avezados habían sabido -¿o simplemente habían osado?- advertir: que entre finales de los 90 y mitad de los 2000 nos habíamos dejado deslumbrar, en lo económico y en lo social, por una burbuja tan brillante como inconsistente. Es obligado traer a colación informaciones periodísticas sumamente elocuentes como la que publicaba el redactor jefe de LA VOZ Antonio Fernández en junio de 2004, en la que daba cuenta de hasta qué punto la voracidad inmobiliaria estaba comiendo terreno –literal- a la agricultura.
Lo que el ladrillo se llevó
En esos momentos, una hectárea de suelo agrícola costaba 180.000 euros. Por la misma hectárea, las ofertas de las promotoras llegaban hasta los 600.000. “La batalla por los terrenos se produce en un momento en el que un modelo, el de la construcción de segundas residencias y del turismo residencial, está en pleno auge, mientras que el agrícola presenta dudas con respecto al futuro y en el que los índices de rentabilidad han sufrido recortes en los últimos años (…) Las ofertas de compra de invernaderos para convertirlos en urbanizaciones turísticas o residenciales se están multiplicando (…) Los compradores son desde promotores locales a grandes inmobiliarias, y en muchos casos cuentan con el apoyo implícito de los ayuntamientos. Las operaciones están ya realizándose, especialmente en zonas como Balerma, Balanegra, El Ejido, Roquetas de Mar y en varios municipios del Levante”, rezaba aquel informe, titulado El ladrillo come terreno al plástico.
Menos de una década después, y con una crisis atroz de por medio, las tornas se han cambiado. Ahora es el sector agrícola el que puja otra vez por suelos que no hace mucho estuvieron destinados a levantar promociones residenciales. De 2012 hacia acá, las operaciones de compraventa de terrenos para invernaderos o la renovación de estructuras han crecido exponencialmente, en la misma medida que los resultados de las campañas han vuelto a colocar al sector hortofrutícola en punta de lanza de una provincia más castigada por la destrucción de empleo y de empresas que cualquier otra de Andalucía. Solo en la zona de los Llanos El Alquián, cercana a la capital, se han puesto a la venta en apenas unos meses centenares de hectáreas para producción agrícola que en su día fueron adquiridas para construir.
La agricultura representa, a
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