En el verano de 1997 asistí a un almuerzo con una alta dirigente gubernamental en Barcelona en el que se trató de los asuntos más candentes de la política. Ya en las despedidas, la anfitriona me pidió que me quedase unos minutos, tiempo que aprovechó para contarme que en la Ciudad Condal se comentaba que Iñaki Urdangarin, formalmente prometido con la Infanta Cristina seguía viviendo con su novia anterior, Carmen Camí, de lo que probablemente no tenía conocimiento ni la interesada ni la Casa del Rey. No se me pidió nada, pero deduje que su intención era que yo me diese por enterado y trasladase esta situación a la Zarzuela, porque el asunto era muy evidente en la sociedad barcelonesa.
Como profesionalmente siempre rehuí asuntos oficiosos, efectivamente quedé informado, pero no di traslado a nadie de una cuestión tan enojosa que acaso, pensé yo ingenuamente entonces, podría haber dado al traste con la boda ya anunciada para el 4 de octubre en la catedral de Barcelona.
Siempre tuve la duda, y mucho más ahora un cuarto de siglo después, de si debería haber comunicado tan inquietante noticia, aun por conducto indirecto, pero es cierto que no lo hice convencido como siempre estuve de que el papel de correveidile no corresponde a un director de periódico. El tiempo ha venido a sacarme de dudas: la Infanta de España, señora impecable en todos los aspectos, nunca debió casarse con un cazadotes que no tenía oficio ni beneficio como este joven pelotari que poco tardaría en revelar sus propósitos; estos no eran otros que los de aprovechar su real matrimonio para hacer fortuna sin escrúpulos y sin el menor miramiento a la mujer que desposaba. Todo un granuja que ni siquiera supo respetar el sacrificio de Cristina de Borbón y Grecia forzada por su hermano el Rey a ser despojada de títulos nobiliarios y otros honores. Y el más humillante de todos: verse sentada en el banquillo de los acusados por las felonías que había cometido su marido: seis millones de euros de fondos públicos, principalmente de Baleares, según la sentencia que lo condenaría a cinco años y diez meses de prisión.
En televisión
Pero la institución monárquica está por encima de todo y nada ni nadie nos disuadirá de que es el mejor régimen para España. Otra cosa es que huyamos del estilo cortesano tan perjudicial para la Corona y seamos partidarios de llamarle al pan pan y al vino vino. De ahí que creamos que ha llegado el momento de que la serenísima señora infanta de España imite a lady Di y cuente ante las cámaras de TV los misterios del calvario que lleva padecido desde antes y después de casarse con este apuesto joven que, ahora queda claro, no buscaba otra cosa en su matrimonio que enriquecerse a costa de su preeminencia social en esta corte. Cristina de Borbón está en su derecho de querer pasar a la historia como una mujer de su tiempo y dueña de su destino, en lugar de ser vista como la tontita engañada tan tradicional en otros tiempos de la vida a la española. No me cabe duda de que Diana –la princesa del pueblo- cumplió con un deber histórico al plantarse en horas de máxima audiencia ante el pueblo británico y pormenorizar la cadena de humillaciones y sufrimientos que había padecido a lo largo de su matrimonio.
No estamos en los tiempos en los que los miembros de las familias reales tenían que pasar por carros y carretas en beneficio del buen nombre de la institución. Lo que posiblemente era peor porque al pueblo llano no se le escapaba nada y la rumorología se enredaba como la yedra en los paliques de comadres y vecindonas. Me parece que sería un gesto de normalidad con los tiempos que vivimos que doña Cristina se liberase de ese hermetismo tan propio de las mujeres de otros tiempos y dejase ante la opinión pública española su testimonio de mujer repetidamente engañada por un don nadie, como parece que fue calificado por el Rey Juan Carlos cuando intentó sin éxito que aquella boda no se celebrase. Pero bien demostrado por quedó por parte de Cristina que el amor no atiende a razones. Como invitado que fui a la ceremonia del enlace en Barcelona doy fe de que, muy al contrario, se echó la casa por la ventana para que nada hiciese suponer la contrariedad del padre con la decisión de la hija. Fue una ceremonia y una celebración verdaderamente asombrosa, sobre todo por tener lugar en Barcelona. Hoy sería imposible hacer algo parecido: la alcaldesa Ada Colau pondría todos los inconvenientes posibles; el presidente de la Generalitat ni estaría a recibir a los Reyes ni asistiría a la boda, y algunos cientos de independentistas taponarían las calles por donde iba a pasar el cortejo nupcial dando la tabarra como bien saben hacerlo. Menos mal, por mucho que nos pese hoy, que en 1997 estaba de presidente Jordi Pujol.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/4/sociedad/230403/el-lugarico-infanta-cristina-versus-lady-di