Fue aquel siniestro 12 de marzo de 1976, tres meses después de la muerte de Franco cuando el periodista almeriense José Antonio Martínez Soler que dirigía entonces el semanario Doblón fue secuestrado por cuatro personas a plena luz del día en la capital de España. Su revista acababa de publicar reportaje sobre la cúpula de la Guardia Civil y sus captores querían conoce la fuente que le suministró la información. Le torturaron durante horas y a punto estuvo de perder la vida. Quiénes fueron, no se supo jamás, aunque hubo múltiples sospechas, pero desgraciadamente no pudieron comparecer ante la Justicia, ya que nunca fueron detenidos.
El 2 de marzo de 1976, a las 9,30 de la mañana, el periodista había salido de su domicilio en la urbanización madrileña de Las Matas para dirigirse a la imprenta donde se confeccionaba el semanario. Subió a su coche y tras recorrer un par de centenares de metros, advirtió en una esquina la presencia de un hombre de espaldas en una extraña. Antes de llegar al cruce por una de las calles perpendiculares apareció un coche cuyo conductor atravesó su vehículo frente al del periodista cortándole el paso. En ese momento, salieron cuatro personas del vehículo. Tres de ellas armados con metralletas.
Martínez Soler fue sacado violentamente del asiento del conductor a punta de pistola por el sujeto que momentos antes se encontraba en la esquina. A trompicones fue introducido en los asientos posteriores de su propio automóvil y uno de los asaltantes le roció la cara con un spray dejándole momentáneamente ciego mientras otro de los individuos le tapaba la boca con un esparadrapo,
Tras recorrer un par de kilómetros tomaron un camino de tierra en dirección a un descampado. A partir de ese momento comenzó otro calvario de golpes y torturas, aprisionándole aún más las esposas de las manos. Los golpes se multiplicaron. Los secuestradores emplearon una fusta y las culatas de las metralletas. Le amenazaron con matarle y también a su mujer.
Le quitaron la venda de los ojos y lo intimidaron para que escribiese con su puño y letra una declaración al dictado de los delincuentes. Soler bajo la amenaza de las armas accedió a escribir el “singular” comunicado.
Tras conminarle a que en tres días abandonase el país y reiterar las amenazas, finalmente le quitaron las esposas, le volvieron a rociar la cara con el spray, indicándole que no se moviese durante media hora y que su coche con las llaves puestas en el contacto, se encontraba no muy lejos, en la explanada del Alto de Los Leones.
Logró deshacerse con la boca de las ligaduras y de la venda de los ojos. Desconcertado y desorientado comenzó a andar titubeante por el angosto camino llegando hasta el pueblo de San Rafael. Como pudo entró en un bar, ante la mirada atónita de los parroquianos, pidiendo urgentemente un teléfono. Mientras esperaba la llegada de su esposa, ésta pasó de largo por delante del periodista, sin llegar a reconocerlo, dado el estado en que se encontraba. Fue asistido en Urgencias de La Paz, y dos horas más tarde presentar denuncia en los juzgados de guardia de la Plaza de Castilla. Este suceso se enmarca en las páginas negras de la historia de España durante la transición.
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