La fría y lluviosa noche del 13 de abril del año 1913 fue vilmente asesinado en Purchena el vecino de esta localidad Francisco Redondo Marín. Una pequeña y rudimentaria bala de revolver, disparada a corta distancia acabó con su vida en el acto Un caso, que estuvo en la calle, sin demasiadas explicaciones ante la opinión pública del municipio y con numerosas incógnitas por resolver.
Más de nueve meses tuvo que esperar estoica y pacientemente la Guardia Civil para localizar y detener a su verdadero asesino. Tras el crimen diversas pruebas circunstanciales provocaron la detención de diversas personas conocidas de la víctima, aunque ajenas al asesinato que fueron sucesivamente quedando en libertad excepto uno de ellos.
Nada más conocerse el crimen, la Guardia Civil de Albox centró sus investigaciones en el entorno y círculo de amigos que esa fatídica noche estuvieron con la victima y que ofrecieron diversas versiones contradictorias
Un mes después del asesinato fue detenido por la Guardia Civil, Antonio Peña, uno de los amigos del fallecido con una acentuada fama de juerguista, como supuesto autor del crimen con lo que aparentemente de alguna manera se cerraba “oficialmente” el caso ante la opinión publica.
Después de casi un año en la cárcel, Antonio Peña fue puesto en libertad al quedar plenamente demostrado que esta persona no tuvo nada que ver en el crimen. Una situación injusta que le marcó durante toda su vida.
Pasado un tiempo el asunto “Redondo” se reactivó de nuevo. Había muchas cosas, que no le cuadraban a la Benemérita. Fue el 16 de enero de 1914, cuando el cabo de la Guardia Civil de Albox, Ramón Aguado tuvo la confidencia que en Huércal Overa había un individuo que sabía algo del asunto de la muerte de Francisco Redondo.
Tras entrevistarse en las afueras del pueblo con su misterioso confidente, el cabo Aguado, valoraba la nueva situación y decidió detener al enterrador del pueblo, Joaquín Muñoz de 41 años y a Juan José Pérez, alias “El Casto” que viva en Albox. Precisamente allí la Guardia Civil, durante el registro, encontró escondido en una tinaja de vino en una falsa camarilla un revólver idéntico al que fue utilizado en el crimen de Francisco Redondo.
Con esta prueba, la Guardia Civil fue tirando poco a poco del ovillo y dos días más tarde fueron detenidos otros dos sujetos apodados “El Trabuco· y “El Cojo”, por su implicación en el asesinato.
Joaquín Muñoz “El Enterrador”, no aguantó mucho la presión y se “derrotó” enseguida confesándose autor del crimen. Según sus declaraciones estuvo en la casa de la víctima la noche del crimen y después de beber juntos durante horas, cuando Francisco Redondo estaba medio dormido decidió robarle y al despertarse le disparó a boca jarro huyendo de inmediato de la vivienda. Los otros tres individuos, Juan José Pérez “El Casto”, “El Cojo” y “El Trabuco” fueron también procesados y condenados como cómplices y encubridores del asesinato.
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