El caso protagonizado por un “intrépido” y atrevido joven identificado como Rafael S. de 19 años y conocido en los ambientes de su populoso barrio como “El Pecholata”, constituyó todo un rosario de rocambolescos despropósitos, después que el muchacho, dos meses mas tarde se entregase a la Guardia Civil y fuera acusado de la sustracción de un subfusil y dos pistolas con sus correspondientes cargadores y munición del interior de la propia comandancia de la Guardia Civil de Almería.
El robo del armamento, fue atribuido en los primeros momentos a ETA, quien días más tarde en un comunicado al diario Diea se desvinculó de cualquier relación con los hechos. Rafael S. U. “El Pecholata” se entregó el 11 de noviembre de 1983 acompañado por su abogado Abelardo Campra.
La versión oficial indicaba que el joven, la tarde del 12 de agosto se introdujo en el acuartelamiento de la Guardia Civil entre las 16’30 y las 19´00 horas a través de unos terrenos situados en la parte superior de la Comandancia llegando hasta las taquillas de los agentes, apoderándose de un subfusil Z-70 con dos cargadores y dos pistolas Star con dos cargadores de ocho proyectiles.
Se especuló que aprovechó la situación del recinto en obras y confundido entre los trabajadores pudo pasar inadvertido entre el personal laboral y llegar hasta la zona de vestuarios y taquillas apoderándose del armamento. Ese mismo día, “El Pecholata” escondió las armas en unos bancales entre arbustos y piedras en La Molineta.
A muchos ciudadanos el asunto no le encajaba nada, ya que las armas suelen estar protegidas en Armamento y bajo llave, y llevárselas así, a plena luz del día, camufladas entre las ropas- sobre todo el subfusil- o sacarlas ocultas en una bolsa con tantos guardias civiles en el cuartel parecía raro.
El asunto fue aireado y curiosamente un par de días mas tarde, el sujeto un tanto “arrepentido” envió una carta manuscrita a un periódico - con las siglas ETA- PM, ofreciendo la entrega del subfusil y una de las pistolas a cambio de 100.000 pesetas.
“El Pecholata”, una vez detenido, confesó a los agentes del Servicio de Información que le interceptaron, que después de mandar la carta se puso en contacto telefónico con el periódico, comunicando que si le daban 100.000 pesetas entregaría las armas.
“El Pecholata” señaló el lugar y hora del deposito del dinero en una papelera de la calle Marchales. De inmediato desde la redacción del periódico comunicó este dato a la Guardia Civil que estableció un discreto operativo con agentes de paisano diseminados por toda la zona. Los agentes del Servicio de Información localizaron el subfusil semi oculto
entre unos matorrales y piedras en una de las tapias del campo de futbol del “Quemadero”. El pacto se cumplió y “El Pecholata” se llevó las cien mil pesetas del ala de la papelera envueltas en papel de chocolate.
El 22 de agosto, volvió a contactar con otro de los redactores indicando que una de las pistolas estaba oculta en un cubo de basura en el paseo a la entrada de la oficina de la Caja de Ahorros. Uno de los periodistas se hizo cargo del arma entregándola en el cuartel de la Guardia Civil. Pero aún faltaba otra pistola que apareció meses después en Cantabria después que fuese usada para cometer un atraco.
Su abogado argumentó que el muchacho padecía disfunciones psíquicas. Tras el robo se ocultó dos meses en un pueblo de Murcia, protegido por un amigo que años antes le ayudó a escapar del reformatorio de Almería. Fue juzgado por la jurisdicción militar en el campamento Álvarez de Sotomayor y condenado a varios años de prisión. Lo que realmente pudo ocurrir de verdad en relación con tan estrambótico caso sigue sin conocerse. Y el principal protagonista falleció recientemente.
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