El Lugarico: Este Harry (perdón) es un cipote

Hay pasajes en el libro simplemente repugnantes que buscan el morbo por el morbo

Principe Harry.
Principe Harry. Europa Press
Francisco Giménez-Alemán
20:00 • 14 ene. 2023

No voy a perder el tiempo en explicarles a los almerienses que me leen qué significado tiene para nosotros el término cipote –tontorrón, lelo, torpe, bobo-, pero el palabro se me ha venido a la cabeza nada más leer algo del libro que ha garrapateado el príncipe Harry de Inglaterra, pero sobre todo las frases demoledoras de sus entrevistas en la tele. Y me lo he dicho con todas sus letras: este chico es un cipote, por muy hijo que sea del rey Carlos III del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, por muy duque de Sussex y por muy modernito que se pasee por la vida sin darle un palo al agua. ¿No será verdad que Buckingham le ha retirado su paga y que va a cobrar veinte millones de euros, libras o dólares por esta sinvergonzonería con la que demuestra tener menos cabeza que un mosquito?



Este príncipe pelirrojo ya apuntaba maneras desde chiquitito. Travieso de niño, golfo de muchacho y desvergonzado de adulto, encontró la horma de su zapato al casarse con Meghan Markle, actriz mediocre y espabilada cazafortunas, que supo arrancarlo de su hábitat natural para convertirlo en un pobre hombre cuya indecencia raya muy alto como puede comprobarse en este libro de tono subido y de descaro infinito. Víctima propiciatoria de gente sin escrúpulos a la hora de sacar a la venta en todo el mundo millones de ejemplares traducidos a dieciséis idiomas, Harry ha puesto su firma debajo de todo lo que le escribía J. R. Moehringer, un notable y laureado periodista norteamericano, quien ha ido condimentando el relato con la pimienta que le echaba a cada renglón este príncipe sin principios. Y lo digo como gran defensor que soy de la libertad de expresión: el duque de Sussex está en todo su derecho de timarnos con sus memorias, otra cosa es que los lectores nos dejemos engañar. La prensa inglesa lo está despellejando y pone de relieve no pocas falsedades del libro, gazapos, contradicciones y mentirijillas que Harry ha dejado publicar a mayor gloria de su cuenta corriente.



Esta especie de ganapanes y aprovechatis, algunos camuflados bajo esa nueva denominación de influencers, una no profesión que permite a los más indocumentados vivir del cuento, ha ganado espacio en la sociedad actual gracias a millones de incautos que se pasan las horas muertas ante ese esperpento de televisión modelo Paolo Vasile que ha tenido que irse de España apremiado por las audiencias a la baja después de haber sido el rey del mambo durante años. No se puede comprender que durante muchas temporadas, décadas y décadas, esos programas sin nada dentro hayan estado seguidos por tanta gente que parecía pasárselo en grande con las bobadas de unos supuestos periodistas salidos de la escuela de las falsas noticias y de la imaginated press. Quien esto escribe tiene alguna experiencia y cierta autoridad para decirlo después de haber sido pionero en erradicar de la televisión pública de Madrid programas tóxicos como Tómbola. Claro que aquel engendro de reality sería como las hermanas de la caridad al lado de los que hoy se emiten en algunas teles, especialmente en la de Berlusconi.



Harry, aventajado discípulo de la basura impresa y televisada, ha encuadernado en un bodrio de libro todas las miserias reales o supuestas de la Casa de Windsor con dos objetivos muy claros: hacer caja para su nueva vida en California y vengarse de un pasado familiar de infortunios y desdichas que arrastra de por vida acaso por no haber asumido nacer después del heredero de la Corona. Hay pasajes en el libro simplemente repugnantes que buscan el morbo por el morbo y en ocasiones la deslegitimación de la Monarquía. Algo así como lo que pretendió, sin conseguirlo, la falsa princesa Corina al denunciar en Londres a nuestro buen Rey Juan Carlos después de trincar muchos millones y dárselas de ofendida y maltratada. Con seriales como el de esta desvergonzada aristócrata alemana y caraduras como el expatriado príncipe británico, a la institución monárquica no le hacen falta otros enemigos porque ellos solos se bastan para intentar torcer el signo de la historia. Y aunque me consta que con estas líneas contribuyo a la mayor difusión del libelo de marras, digo con Quevedo: No he de callar por más que con el dedo / ya tocando la boca o ya la frente / silencio avises o amenaces miedo.



Pero volviendo al principio, los almerienses sabemos definir sin rodeos, sin circunloquios ni perífrasis lo que en realidad sentimos al leer este remedo de memorias en su mitad inventadas por quien las dicta al plumilla americano. Y no es otra cosa que este príncipe de los tristes destinos literarios es un gran cipote. Un cipote como la Alcazaba de grande.






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