En la segunda década del siglo XX la zona del Alto Almanzora atravesaba una situación complicada ya que algunas empresas mineras afincadas en la provincia habían decidido cesar sus actividades y cerrarlas dejando en el aire la pérdida de varios centenares de puestos de trabajo entre el gremio de la minería. Durante el mes de agosto de 1914 hubo una serie de incidentes y desórdenes graves, lo que motivó que el gobernador de la provincia Marcial Carballido, ordenase al teniente coronel jefe de la 212 comandancia de la Guardia Civil que supervisase la difícil situación para evitar el aumento de los disturbios.
Se buscaban soluciones para los numerosos trabajadores afectados por los despidos, pero no llegaban. Durante los enfrentamientos se produjo la muerte de un joven minero, Francisco Moya de 25 años alcanzado por un disparo cuyo autor no se llegó a localizar. Entre las gentes se empezó en “correr el bulo” que el joven murió fortuitamente al rebotarle la bala que disparó con su propio revólver cuando intentaba abrir la puerta de un comercio. Lo que pasó realmente no se supo jamás, todo quedó tapado, aunque en la calle existían comentarios para todos los gustos. Fue una semana intensa. Más de 2.500 mineros se quedaron sin trabajo afectado la situación a unas 8.000 personas venidas desde distintos lugares de España familiares de los parados.
En ese enrarecido ambiente, el 30 de agosto de 1914 fue asesinado el recaudador de arbitrios municipales Rafael Barón,un vecino de Bédar de 38 años, casado y padre de dos hijos a quien desde el principio alguien, trató de relacionarlo con el asesinato para que las sospechas acerca de los autores del crimen recayesen sobre un grupo de vecinos por el tema del cobro de contribuciones.
Ante la presión social, la versión oficial aportada por las autoridades fue que el infortunado recaudar no murió cuando desempeñaba las funciones de su cargo ni existían vinculaciones con su actividad laboral. Las investigaciones posteriores a su muerte apuntaron, a que Rafael Barón una vez que llegó a Los Gallardos depositó en unas dependencias municipales los documentos y fondos recaudados de los arbitrios y horas después, al caer la tarde se fue con un grupo de amigos a divertirse y tomar unas copas.
El grupo lo formaban los hermanos Miguel y Francisco Román Esteban Rubio quien anteriormente desempeñó el cargo de recaudador de impuestos en la misma zona y Andrés Acosta. Según se conoció los cuatro amigos estuvieron tomando copas hasta altas horas de la noche y posteriormente por causas desconocidas y alimentados por el exceso de alcohol los miembros del grupo se enzarzaron en una agria y violenta reyerta que culminó con la muerte súbita de Rafael Barón.
De madrugada se oyeron unas detonaciones cerca un caserío a las afueras de Bédar escuchadas por una pareja de la Guardia Civil que se encontraba de “correrías” por la sierra. A llegar a la “Cuesta de la Cimbra” se encontraron en el camino el cadáver del recaudador. Presentaba un disparo que le había perforado el pecho atravesándole el corazón y en su mano derecha sujetaba un puñal.
El caso se presentó rodeado de halo de misterio, aclarado unos días más tarde, cuando el sargento fijó la autoría del crimen en las cuatro personas que estuvieron con el fallecido. Tras ser conducidos al “cuartelillo” los amigos, uno a uno y por separado fueron interrogados por la Guardia Civil.
Después de varias horas en los calabozos, uno de ellos no pudo aguantar más y “cantó de plano”. Tras tratar de inculparse unos y otros, finalmente el verdadero autor “se derrotó” en los interrogatorios conociéndose entonces que el móvil de la muerte del recaudador fue una venganza y no a que unos desconocidos lo matasen para robarle.
Tanto el autor material de la muerte, como los restantes, que actuaron como cómplices y encubridores, fueron juzgados y condenados a distintas penas de prisión por la Audiencia Provincial de Almería.
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