Cuando una o varias personas deciden cometer un asesinato, seguro que lo primero en lo que piensan es en asegurarse el resultado y tratar de evitar riesgos, tanto en el momento de la comisión del delito como a posteriori. Es decir que el asesino siempre procura que no lo detengan, aunque muchachas veces por la ausencia de testigos, ausencia de pruebas sólidas o una investigación imperfecta los criminales salen airosos del trance.
Sin embargo, afortunadamente no siempre es así, ya que en el mayor de los casos, el criminal siempre paga. Bien por un fallo, delación o incluso por la propia conciencia. Después de tres meses de paciente investigación, múltiples consultas, toma de declaraciones e interrogatorios, por fin fueron cazados los autores del crimen de un empresario de nacionalidad belga identificado por la Guardia Civil como Herman Crommelynck.
Este hombre fue vilmente asesinado de dos disparos de pistola efectuados a bocajarro la noche del 12 de diciembre de 1998 cuando la víctima tras concluir una serie de gestiones laborales salía de su despacho ubicado en una urbanización de San Juan de Terreros en Pulpí y se disponía a subir a su automóvil aparcado a escasa distancia de su centro de trabajo. Un empleado suyo que siempre le acompañaba salvó milagrosamente la vida al encasquillársele el arma a uno de los asesinos cuando el hombre se encontraba a merced de los criminales tras darse de bruces con ellos.
Todo estaba perfectamente planeado para acabar con la vida del belga. El empleado que hacia funciones de una especie de guardaespaldas declaró ante la Policía Judicial de la Guardia Civil que oyó dos disparos y que cuando salió del despacho para ver lo que había ocurrido, uno de los dos agresores trató también de dispararle, si bien el arma se encasquilló, con lo que ambos individuos se dieron rápidamente a la fuga.
Los hechos se produjeron en torno a las once menos cuarto de la noche y los autores de los disparos que conocían a la perfección los movimientos del empresario llevaban casi una hora escondida previamente ocultos entre los sotos y árboles que rodeaban el chalet del fallecido. Tras los disparos, efectuados a unos tres o cuatro metros de distancia, los autores emprendieron rápidamente la huida en un coche de malta cilindrada, sin que se conocieron los dígitos de la matrícula, marca o color y que los desconocidos tenían aparcado en una de las calles adyacente. El empresario belga llevaba varias décadas afincado en esta zona donde había realizado diversas promociones urbanísticas, algunas de ellas un tanto irregulares y rodeadas de un cierto escándalo.
Precisamente en una de ellas fue acusado de estafar miles de millones de pesetas a numerosos compradores de su país de origen y de otros países europeos. Fuentes de la investigación indicaron que el belga llegó a España en el año 1974, donde comenzó a realizar negocios inmobiliarios. Fue denunciado en varias ocasiones por estafa, tras haber vendido en el Reino Unido y Alemania, a través de "planos y maquetas", parcelas en territorio español que luego se comprobó que ni siquiera existían.
A muchos les extrañó que la Policía o la Guardia Civil no estuvieran al tanto de las actividades del belga y no se le controlase en ningún momento, aunque la verdad es que poco se puede hacer ya que solo puede hacerse a los que tienen “interés policial” o solicitudes de busca y captura internacionales, pero a nadie se le controla por haber tenido antecedentes delictivo en sus países y que ya han pagado ante la Justicia por ello.
El belga Herman Crommelynck, de 64 años de edad, mantenía su domicilio en el municipio murciano de Águilas, pero en la urbanización de San Juan de los Terreros tenía el despacho desde el que gestionaba sus negocios. Las dos personas que lo mataron aprovecharon su salida de las oficinas, así como que el guardaespaldas del belga había vuelto al despacho para dejar un maletín. Tres meses más tarde el 18 de marzo de 1999, la Guardia Civil localizó y detuvo a los dos asesinos en un punto de Cataluña muy cercano a la frontera de Francia. Se trataban de un keniano y un francés acusados como los como autores del asesinato.
Dentro del ramillete de hipótesis que pudieron llevar a la muerte del industrial belga, denunciado por estafa en diversas ocasiones, es que los dos sujetos detenidos en relación con su asesinato podrían ser simples criminales a sueldo contratados en Marsella y que actuaron por encargo de algunas de las muchas víctimas del estafador belga.
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