“Ponte al sol, pero con fotoprotección”. Este es el lema que investigadores del Laboratorio de Fotobiología Dermatológica del CIMES de la UMA cada verano trasladan a la sociedad, siempre recomendando una exposición ‘inteligente’, es decir, que no llegue a la quemadura.
Para ello, idearon hace unos años ‘UVDERMA’, una app que calcula el tiempo que tarda en quemarse la piel al tomar el sol, en colaboración con la Fundación Piel Sana de la Academia Española de Dermatología; llevaron al campus de Teatinos y a distintos puntos de Málaga el ‘UVI-LISCO’, para saber cuándo usar fotoprotección en función de la sombra, y publicaron guías y estudios para crear conciencia en este sentido.
En esta ocasión, la vitamina D es la protagonista de sus últimas investigaciones, presentadas en el Congreso Nacional de Dermatología, de la Academia Española de Dermatología. Ya ha sido demostrado que la piel necesita de la radiación ultravioleta para metabolizar este nutriente en el cuerpo, así como su papel clave para ayudar a la absorción intestinal de calcio y a la fijación del mismo a los huesos; pero, ¿cuál es su relación con la temperatura?
En su nuevo estudio, este equipo científico de UMA, liderado por los profesores de Dermatología de la Facultad de Medicina José Aguilera y Maria Victoria de Gálvez, han correlacionado los valores medios diarios de vitamina D con la evolución del índice UV máximo diario y la temperatura media ambiental, demostrando, tras cinco años de medidas en Málaga, que existe una mayor correlación con la temperatura que con el ciclo anual de índice ultravioleta, como se creía hasta ahora.
Más de 300.000 muestras
Esta correlación se ha realizado a partir de más de 300.000 muestras –unas 80.000 por año- procedentes del Laboratorio de Análisis Clínico del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria para pruebas rutinarias, en las que también se incluían los niveles de vitamina D.
Según estos investigadores, la clave de esta mejor conexión entre los niveles de vitamina D y temperatura más que con UV puede ser debida a dos circunstancias. Por un lado, los resultados demostraron que la evolución anual de los valores máximos del índice ultravioleta, es decir, el valor de riesgo que tiene la radiación UV solar a nivel de quemadura en la piel medido al mediodía se incrementa gradualmente desde enero hasta mediados de año, con valores de alto riesgo ya en épocas de principios de abril y que continúan prácticamente hasta mediados de octubre.
Paralelamente, la temperatura ambiental se va incrementando poco a poco también desde el invierno hasta el verano, pero con un desfase temporal de casi un mes con respecto a los niveles de radiación UV solar. “Esto significa que, en primavera, cuando las temperaturas empiezan a ser más agradables, nuestra exposición al sol va aumentando y en esta estación pensamos que, como hace fresquito, el sol no incide tan fuerte y aparecen ahí las primeras quemaduras solares por descuidos”, explica Aguilera.
“A medida que avanza la primavera y llega el verano, nuestra exposición va aumentando, pero cada vez con mayor cuidado para no quemarnos porque hace más temperatura y tenemos una sensación ya de que el sol nos quema más, aparte de que la piel se nos va adaptando, y está exposición que va aumentando gradualmente hace que los niveles de vitamina D se incrementen también”, continúa. Además, según el experto, una mayor temperatura en nuestra piel, al exponernos en esas horas de mayor calor en el verano, hace que una de las reacciones químicas dependientes de la temperatura para la formación de la vitamina D junto a los UV sea más efectivas.
Así, los investigadores indican que, con el cambio climático, con mayores temperaturas medias y mayor número de días al año, la exposición al sol será mayor y hará que tengamos más niveles de vitamina D, aunque sin perder el hábito de una buena fotoprotección y una buena hidratación.
Este hallazgo demuestra la importancia de tomar el sol, incluso en invierno, siempre de forma ‘inteligente’ para tener niveles óptimos de vitamina D, necesarios para disfrutar de una buena salud ósea y cómo la temperatura, tanto exterior como corporal, es un factor clave para conseguirlo.
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