La sensual sonrisa del jazz

¿Estuvimos en un selecto club de Nueva York o inmersos en una película de los años treinta? Clasijazz ha hecho posible esta semana

Gary Bartz al saxo y Francisco Mela, en Clasijazz.
Gary Bartz al saxo y Francisco Mela, en Clasijazz.
Mar de los Ríos
01:00 • 18 mar. 2016

La emoción de Pablo Mazuecos en representación de la sala Clasijazz estaba más que justificada. El martes y miércoles pasados vinieron a deleitarnos a Almería la crème de la crème del jazz. Y yo podré contarle a mis descendientes que estuve allí. Porque simplemente nos sumergimos en la banda sonora de una película de las buenas. 




Y es que hay pocos trabajos donde se pueda estar sonriendo todo el tiempo, porque además no se pueda dejar de hacerlo. Fue una de las grandes conclusiones que saqué en claro después de mi bautismo jazzero. 




El martes, el elegante vibráfono del español Jorge Rossy, además de su simpatía personal, encarnaron al perfecto maestro de ceremonias en un concierto rodeado de los mejores compañeros de escenario del momento. Y yo, meciéndome por primera vez ante una auténtica banda de jazz, me sentía parte de ella. ¡Y qué banda! Al Foster (quince años tocando con el mítico Miles Davis), desde su elegante batería, nos transmitía su swing como si de un emocionado principiante se tratase. Un artista que ha cumplido los setenta y tres años portando esa sonrisa y esa capacidad sensitiva en el escenario, no resulta de este mundo. La sobriedad del saxo de Mark Turner contrastaba con la emoción de los anteriores. Completaban la banda una guitarra y un contrabajo. Interpretaron piezas compuestas por ellos, de un fraseo elegante y yo diría que purista, donde se exigía de alguna manera una atención concentrada. No en vano el jazz constituye una gran familia de géneros musicales que comparten características comunes, pero que no representan individualmente la complejidad de esta categoría como un todo. Es una mezcla de culturas, de tradiciones musicales nacidas del bendito mestizaje; de parafraseos muy personales, donde la libertad de acción junto con el virtuosismo se convierten en los auténticos protagonistas, haciendo de cada concierto momentos únicos, inolvidables, irrepetibles. 




Gary Bartz Quartet
Pero si el martes fue una experiencia exquisita de paladear, con el miércoles llegó la revolución, el vendaval originado por la banda de Gary Bartz o lo que es lo mismo: Gary Bartz Quartet en estado puro. La anarquía melódica, la elegancia de la libertad. Para quienes no lo conocíamos tampoco podríamos pensar que este señor tuviese setenta y cuatro años. Es una persona de un magnetismo indiscutible nada más poner un pie en el escenario y mostrar la caja de resonancia de su sonrisa. Su enjuta y cuidada figura, su traje de chaqueta entallado y su corbata verde prado y amarillo lo decían todo. Dos saxos cobrizos brillaban como diamantes en sus soportes, mientras su dueño los iba alternando con su voz profunda y los acentos de las distintas piezas que sonaron a una sola, desde las diez y cuarto de la noche hasta pasadas las doce. 




Sin descansar ni un minuto, Barney McAll, un australiano al piano mascando chicle, zapateaba como un flamenco frente a un teclado que parecía ser un apéndice de su cuerpo. Se levantaba, se volvía a sentar sin dejar de sentir la música y de dejarnos anonadados, de llevarnos con él al terreno de su energía, de su locura. Tocaba el pedal del piano con el pie cruzado, recorría con sus dedos no muy largos todo el teclado, hundiéndolos con tal pasión y maestría, que su cuerpo brincaba como poseído ante lo que podría parecer el albur del éxtasis. Los ritmos cubanos que aportaba el batería Francisco Mela desde su contundente percusión de carácter sobrenatural eran seguidos por el pianista como si de un partido de tenis se tratase, construyendo entre ambos voleas magistrales donde se encontraban sus miradas cómplices... y las nuestras... Porque desde los primeros compases todos estábamos imbuidos en su arte, perplejos ante la excitación, bailando con el alma y con el cuerpo, hechizados ante la excelencia de la música con mayúsculas. 




Cayó al suelo la única partitura del escenario en los primeros compases de la actuación, a cargo de un extraordinario contrabajista, James King, quien se percató del particular cerca de los tres cuartos de hora de concierto. 




La sensualidad de la voz profunda de Gary cantando: I have known rivers, los cambios de baquetas de Mela que nos proporcionaban el shhhhh de unos platillos de seda que traspasaban la piel y el alma, nos transportaron, en casi dos horas de concierto, a saltar de nube en nube en un paraíso indeterminado, atemporal, como todos los paraísos genuinos. 




Y llegué a casa nueva, habiéndome dejado el cansancio del día perdido en el ambiente, volatilizado por la música, y pensando que no puede ser verdad, que no es justo que solo se viva una vez; que si llegado el momento algún ser divino me da la oportunidad de volver a nacer, sin pensarlo dos veces contestaré: ¡Ahora quiero quiero ser músico de jazz!



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