Babirusa Danza, encarnada por la bailarina y directora del espectáculo de Brea y Plumas, Beatriz Palenzuela, estaba a punto de mostrarnos, a través de un impactante formato, la escenificación de las emociones que envuelven la existencia, donde ella lleva en solitario la responsabilidad de la expresión.
Tras el ágape de bienvenida, que agradece el ánimo a través del paladar, leo el folleto informativo antes de comenzar.
Este proyecto parte de las experiencias vividas durante los movimientos sociales del 15M en Madrid, haciendo replantearnos la expresión ‘eres un gallina’. En estos momentos de crisis todos nos dejamos llevar por el flujo de acontecimientos y somos responsables de lo que pasa. La opresión, el miedo y la manipulación se han instalado en toda la sociedad. En este panorama tan oscuro surge la posibilidad de encontrar otro camino hacia la esperanza.
Y comienza. Fundido en negro total. Desde la absoluta oscuridad y silencio, una silueta avanza desde un extremo del escenario con pasos muy cortos y las manos en los bolsillos de un pantalón largo y vulgar, entre ecos y voces escalofriantes.
Los movimientos tímidos se convertirán poco a poco en angustiosos y claustrofóbicos, los que definen a alguien que se siente prisionero, que vive bajo el yugo del miedo. Podría ser en efecto una gallina, como la metáfora del cobarde, el que no se atreve a liberarse ante las situaciones de sometimiento.
Y sobre esta idea pivota el montaje con un apoyo de música aturdidora, de aviones de guerra, que hacen que la bailarina, después de mucho esfuerzo, de rodar por el escenario luchando con su pavor, consiga sacar sus manos de los bolsillos, comenzando a danzar libremente por el escenario.
Es digno de sentir como el cambio de movimientos de la artista cuando torna del registro del miedo a la libertad, consigue que el espectador de pronto perciba los colores de su ropa, los matices que la angustia preliminar no te dejaba captar.
Y va proponiendo una danza que llena todo el escenario y que la libera hasta de la ropa que lleva puesta, simbolizando con ello el atrevimiento del ser humano a salir de su zona de confort, aventurándose a vivir como incauto o ingenuo, intentando con ello cambiar la realidad que nos rodea.
Pero Brea y Plumas no se conforma con eso y da un paso más. Convierte a la protagonista a través de un uniforme militar masculino, que simboliza a las dictaduras fascistas del primer tercio del siglo XX, en un títere agresivo que responde como se espera de él, con una escenificación de paralización, de atornillamiento al suelo. Y cuando levanta el brazo al estilo hitleriano en señal de obediencia al sistema, reproduce en su cara un gesto escalofriante, agresivo, de dientes de lobo dispuesto a atacar a los corderos.
Y en un momento dado, comienzan a salirle sutilmente plumas de los bolsillos, de la blusa. La trasformación se ha iniciado.
La protagonista pasa de la paralización a la acción e inicia su despliegue para llegar a la sublimación de una danza con estilo, la que rige su cuerpo y su ánimo…
Y las plumas invadirán todo el escenario de una manera mágica…
La fuerza que imprime Beatriz, el sentimiento de libertad, de determinación, hacen que sus piernas atléticas y atemporales, vuelvan a ponerse al servicio de la sensación de huracán que derrota a la oscuridad.
Todas las plumas que en un principio significan miedo, se convierten como en una bendición y como tal caen del cielo cual lluvia vivificante. Ella se desprende de la ropa negra y opresora, del uniforme masculino, para dar paso a su torso desnudo como canto a la liberta femenina, persiguiendo una luz, un sueño, una quimera.
Música clásica de piano, quizás de Chopin, nos regala la sonrisa, la mirada de una mujer segura de sí misma. Esa que desde la aceptación de su cuerpo sin las vergüenzas ancestrales impuestas, es capaz de convertir las plumas desprendidas de ella misma, en mullida cama sobre la que retoza con serenidad, con sensualidad, como el ser completo e irrepetible que cada humano debería aspirar a ser.
Sentarse al borde del escenario con las piernas colgando y transmitirnos el triunfo de la libertad desde sus labios pintados de rojo, su melena larga y suelta sobre sus hombros, sus potentes piernas de mujer dueña de su existencia en eterno movimiento, nos lleva hasta el sentimiento de esperanza en un mundo mejor, donde todos, y con más vehemencia todas tenemos la obligación de bailar ante el mundo, sobre una tierra aún fértil, para alcanzar un tiempo, una vida más sencilla, más horizontal, menos violenta, donde estoy convencida tanto como Beatriz, que la mujer tiene mucho que decir.
Desatarnos a nosotras mismas de los yugos que nos convierten en aves de corral sin rostro, muchas de ellas a punto de ser ejecutadas, será nuestro reto y nuestra responsabilidad. Y el arte es el mejor vehículo para explicarlo.
Mar de los Ríos es aparejadora y escritora. Ha publicado libros como Casa de Ánimas (LA VOZ, 2015) y Luciérnagas (Nazarí, 2016), que se presenta este jueves en la Casa de los Tiros de Granada.
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